Que la televisión estatal china, estrictamente controlada por el Partido Comunista, otorgue 9 minutos de su informativo a una periodista palestina para que retransmita en directo cómo llegan cadáveres y heridos a un hospital del sur de Gaza refleja bien cuál es la postura de ... la segunda potencia mundial en el conflicto palestino-israelí. La informadora, que difícilmente logra contener las lágrimas, critica que el ejército hebreo esté atacando a civiles en zonas teóricamente seguras, y mientras habla la cámara se centra en un hombre que saca el cuerpo inerte de un bebé de una ambulancia.
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Por si quedaban dudas, el ministro de Asuntos Exteriores de la segunda potencia mundial, Wang Yi, avanzó la semana pasada que China enviará a Gaza toda la ayuda humanitaria que pueda a través de Naciones Unidas, y afirmó que «la causa del conflicto está en la injusticia histórica sufrida por el pueblo palestino, que no ha sido rectificada». Wang subrayó que China solo cree posible que haya paz en Oriente Medio cuando se cree el Estado palestino, y revelador de su postura fue también que el ministro no condenase las acciones terroristas de Hamás.
China siempre evita inmiscuirse en asuntos de terceros países. Una y otra vez, sus dirigentes repiten que, a diferencia de lo que hace Estados Unidos, el gigante asiático no sacude avisperos. Sin embargo, su preponderancia económica y la creciente influencia geopolítica dificultan cada vez más que se adhiera a esa máxima. Así, sobre el papel, Pekín ha sostenido siempre que mantiene buenas relaciones con invasor e invadido en la guerra de Ucrania, y que por eso no toma partido. Pero, en la práctica, ha reforzado sus relaciones económicas con Rusia, para la que está siendo un salvavidas financiero.
En Oriente Medio, la presencia de China también crece en todos los ámbitos. En 2018, el presidente Xi Jinping prometió 23.000 millones de dólares para cooperación humanitaria y el desarrollo de los países árabes en el marco de su Nueva Ruta de la Seda, el gran proyecto para vertebrar el mundo desde una perspectiva diferente a la de los poderes coloniales tradicionales. Y el pasado mes de marzo el país fue clave para que Arabia Saudí e Irán estrechasen sus manos, coincidiendo con el empeoramiento de las relaciones de ambos con Estados Unidos. Wang afirmó en esa ocasión que era el principio de una «ola de reconciliación». Sin embargo, los acontecimientos demuestran que va camino de convertirse en un tsunami de odio que obligará a los dirigentes comunistas a tomar partido de forma más decisiva.
Teóricamente, en este caso, Pekín lo debería tener bastante claro: desde la fundación de la República Popular, China ha apoyado la causa palestina e incluso ha proporcionado formación militar a sus guerrilleros. Es más, solo estableció relaciones diplomáticas con Israel en 1992. Pero también es cierto que, a partir de entonces Deng Xiaoping guardó la hoz y el martillo de Mao Zedong en el desván y apostó por una perspectiva más pragmática. Por eso, China intenta mantener buenas relaciones e incluso mediar entre palestinos y hebreos, sobre los que un gran superávit comercial le otorga un peso más que relevante.
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Pero ahora, no parece que haya espacio alguno para la negociación. Y, teniendo en cuenta que su archienemigo, Estados Unidos, apoya de forma casi incondicional a Israel, la balanza se decanta por el apoyo a los palestinos. Por si fuese poco, estos últimos han apoyado el tratamiento que el Partido Comunista brinda a los uigures, los musulmanes de Xinjiang cuyos grupos terroristas abogan por la creación de un estado propio y a los cuales Washington apoya. El pasado mes de junio, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, aseguró en Pekín que «lo que sucede en Xinjiang no tiene nada que ver con los Derechos Humanos».
El último argumento clave de este cóctel geopolítico es la postura que toman dos de los principales socios de China: Rusia e Irán están del lado de Hamás. En el complejo escenario geopolítico actual, dominado cada vez más claramente por dos bandos ideológicos claros, Pekín tiene que cuidarse de no airar a quienes le acompañan en su cruzada contra el orden mundial establecido. Pero también debe andarse con cuidado para no soliviantar en exceso a Occidente, aún su principal socio económico con diferencia.
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