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NO-ARRASTRAR- EN USO- Un año en la oscuridad, historia de un parricidio
Crónica negra

NO-ARRASTRAR- EN USO- Un año en la oscuridad, historia de un parricidio

Durante meses se gestó una realidad paralela en la mente de Ismael Molina, que le llevó a creer que tenía mujer e hijos y que trabajaba para un escuadrón de exterminio, hasta que asesinó a su padre a puñaladas

Viernes, 26 de enero 2024

La oscuridad empezó a extenderse con un romance. Ismael estaba enamorado. Había conocido a Julia, y hablaban con frecuencia por mensajería y redes sociales. Era hermosa. Habían conectado y eran novios. Ella era, en realidad, su primera pareja. Pero esa tarde de julio de 2018 Julia le contó que le habían dado una paliza. Unos narcotraficantes, le confesó, con los que su hermano y su padre tenían una cuenta pendiente. Estaba en el hospital pero, por motivos de seguridad, él no podía visitarla.

Nacido en Vilanova i La Geltrù, estudiante de carreras informáticas, con 140 kilos de peso y 20 años, Ismael había comenzado a hacer labores de inteligencia en la calle. Le había reclutado un comando, llamado Balx, que se enfrentaba a la mafia local, y estaba adscrito en secreto a los Mossos d' Esquadra. Una misma persona que había conocido hacía un par de meses, Alba Andreu, le había presentado a Julia y era su jefa en el cuerpo parapolicial. Sus anhelos personales y profesionales empezaban a ser realidad gracias a esta amiga.

Al comenzar el periodo de prueba, Ismael se dedicaba a vigilar la calle, para reportar a personas de determinadas características raciales (latinos con chándal oscuro) y coches del mismo modelo y color (Mercedes negros). Su rutina era sencilla. Sentado en un banco de la calle, apuntaba en una hoja sus observaciones. Alba le felicitó porque lograba identificar a algunos sospechosos.

Con Julia escondida y en peligro, Ismael quiso ayudarla y pidió a los Balx que eliminaran cuanto antes al padre y el hermano de su novia. Expertos en ejecuciones extrajudiciales, cumplieron el encargo, mientras él seguía con los seguimientos callejeros.

Heredera de una fortuna, Julia seguía amenazada por las mafias a las que sus familiares debían dinero. Ismael se conformaba con alimentar su amor por Telegram, Whatsapp, Signal, Instagram. El cibersexo servía de aliciente para arrostrar la tragedia que perseguía a Julia, y que incluían suicidios familiares y accidentes de coche. Todo aquello impedía que se conocieran en persona, aun cuando cumplían ya dos meses de relación.

Ante las dudas de sus amistades sobre la existencia de Julia, él prefirió distanciarse. A sus amigos no podía contarles el peligro que la acechaba. Aunque en el pasado había pertenecido a una banda, ahora Julia era también miembro del Balx. Era algo más que les unía. Como si fuera poco, Alba le advirtió que gente de su entorno tenía nexos con la mafia que amenazaba a su novia. Incluso sus amigos de la infancia eran parte del enemigo.

Con jornadas de más de diez horas diarias, a veces 16 horas, Ismael cumplía con creces su tarea de vigilancia, pero abandonaba sus estudios universitarios. Le solían asignar zonas cercanas al trabajo de Alba, su enlace y confidente. Para entonces Ismael seguía viviendo en casa de sus padres.

El peligro era constante. Diez hombres en un aparcamiento intentaron secuestrar a Julia, pero los Balx la rescataron y ejecutaron a todos los secuestradores. Era una suerte pertenecer al grupo de exterminio que protegía a su novia. Pero él se sentía perseguido también. Reconocía coches aparcados cerca de su casa, que le controlaban con cámaras. Se lo advirtió a su padre, Manuel Molina, vigilante jurado de turno de noche. El riesgo valía la pena, porque su contrato para los Mossos estaba por llegar. A cambio debía costearse unos cursos de informática y de armas. Su padre le dio un dinero, que Ismael transfirió a Alba, mientras su labor de vigilancia era cada vez más extrema.

«Las labores de vigilancia en la calle eran cada vez más intensas. Ismael pasaba varias noches sin dormir en su casa, cuando le advirtieron que se planeaba un atentado contra él»

Ismael pasaba tres días sin ir a dormir a su casa, y la situación de alerta aumentó cuando el Balx le avisó que era el objetivo de un próximo atentado en la universidad. Su presencia amenazaba a los demás estudiantes y decidió no volver. No le dijo nada a sus padres, pero sí a Alba. Poco después, su decisión fue recompensada: firmó un contrato encriptado del Balx. Pronto estaría en la primera línea del combate a traficantes y terroristas.

Ya con contrato, las cosas mejoraron también en lo romántico para Ismael, porque su novia Julia, ya recuperada de sus lesiones, le propuso vivir juntos. Y unos días después le pidió tener hijos por inseminación artificial. Su amiga Alba se encargó de recoger su semen y llevarlo a la clínica de Madrid donde se haría el procedimiento y a la que él no podía asistir por razones de seguridad. Al día siguiente, Julia le dio la buena nueva: estaba embarazada.

Los enfrentamientos entre Balx y las mafias no cesaban, y eran cada vez más intensas. Ismael quería entrar en acción y le pidió a Alba que hablara con el jefe del grupo. Ella le respondió que tenía que hacer unos cursos de armas que tenía que pagar él. Él transfirió a una cuenta de Alba casi 2.000 euros.

Luego se mudó a una casa que Alba había alquilado.

Entonces sucedió algo en su casa que le alertó. Su hermana, que era tres años menor, empezó a salir con un chico, y él lo investigó. El Balx le advirtió que traficaba con cannabis y que su hermana estaba en peligro. Como advertencia, Ismael quiso asustarla con un secuestro simulado. En esos días la situación de Julia empeoró porque le bloquearon las cuentas bancarias y no tenía dinero, a pesar de su fortuna y sus propiedades.

La relación con Julia era intensa y formal. Ella chateaba también con la madre y la hermana de Ismael. Ellas querían conocerla también. Julia le envió a Ismael una ecografía: sería padre de gemelos. Pero era un embarazo de riesgo y no podía salir de la clínica. El momento de tocarse se volvía a postergar. Resignado, Ismael lo aceptó.

Ismael seguía concentrado en la vigilancia callejera. Para él era sospechosa toda persona que pasara dos veces por el mismo sitio. Pero entonces recibió una noticia que le desconcertó sobre manera: el Balx había puesto micrófonos en su casa porque su padre estaba bajo sospecha de pertenecer a una organización criminal.

Mientras avanzaba la investigación sobre su padre, Ismael recibió la orden de buscar un piso para okupar. Entró en tutoriales para abrir las puertas, conectar luz, agua y gas, y compró herramientas. Luego le anularon la orden. Entretanto pagó 3.000 euros para que le dieran armas y un coche. Con esas adquisiciones por fin podría participar en las operaciones de exterminio. Como siempre hizo la aportación a la cuenta de Alba, que se compró un patinete y un iPhone, y se mudó con Ismael a Calafell.

A principios de abril, Ismael recibió la confirmación de que su padre pertenecía a una mafia que perseguía a Julia. Bajo una fachada de seguridad privada, era experto contable al servicio de un grupo de traficantes.

Estupefacto con la información, Ismael siguió haciendo vigilancia en las calles. Apuntaba matrículas. Podía recorrer decenas de kilómetros. Hacía guardias nocturnas, sin descanso. Ya no podía vivir con Alba, que tenía una nueva pareja y le pidió que se mudara. Temeroso de su padre, prefirió dormir en la calle o en el terrado. Comía sobras de la basura. Vio que le seguían.

Los Balx le advirtieron que su padre había robado un dinero a la mafia y que la venganza sería matar a Julia, sus dos hijos, su madre y su hermana. Para evitarlo, Ismael debía pagar 3.000 euros en menos de dos días. Entró en la cuenta de sus padres y les robó 2.900 euros, que le entregó a Alba, quien se ocuparía de pagar la extorsión.

Cuando sus ropas estaban rotas, percudidas, sucias y malolientes, de tanto vagar y dormir a la intemperie, nacieron sus mellizos. Eran prematuros. Se enteró por Alba, no por Julia, porque ella seguía incomunicada.

Con su labor de espía para los Balx bien aprendida, Ismael lograba detectar más vehículos sospechosos. Contó hasta 300 en una tarde. Iba armado con una navaja. Cuando presentía el peligro, se preparaba para usarla. Empezó a darle puñetazos a las paredes. Su padre no dejaba de meterse en problemas. Sus gemelos seguían en una incubadora.

Ya pagaba continuas extorsiones para evitar represalias contra su familia y la frecuencia de la comunicación por chat y redes sociales decayó. Las órdenes las recibía de viva voz, como el encargo de matar a su padre. No había otra solución para proteger a los suyos.

Cuando no estaban su madre ni su hermana, Ismael entró a la casa familiar para cumplir con la misión encargada por el Balx. El padre estaba dormido e Ismael le apuñaló en la nuca, el cuello, la mandíbula y el pecho a la altura del corazón, en ese orden. La «pérdida masiva de sangre», debido a la herida del cuello, produjo «shock hipovolémico». El «ataque súbito» tenía la intención de acabar con su vida con alevosía, aclaró la sentencia que selló su caso. El padre no tuvo ninguna posibilidad de defensa, al ser atacado por la espalda. En el juicio, Ismael aseguró que el primer cuchillazo no fue mortal y que su padre se incorporó de la cama.

Este acto criminal cerraba un año, de un verano al otro, en el que Ismael había vivido con alta tensión experiencias de persecución, espionaje, delitos, tiroteos y un romance tormentoso. No obstante, nada era real. Todo lo relatado hasta aquí sólo existió en su cabeza.

Alba Andreu e Ismael Molina en la Audiencia Provincial de Barcelona, en 2022 EP

Después del crimen, esa mañana, llamó a Alba tres veces y a su madre, una. Se puso guantes de goma, vació productos inflamables sobre el cuerpo del padre, que estaba en la cama, y los prendió. El fuego se propagó al resto de la vivienda. En un contenedor, tiró los «objetos que le incriminaban», compró toallitas limpiadoras en un supermercado, borró los datos del teléfono y rompió la tarjeta que tiró al mar. Eran las 13.20 h.

A las 14 h. se notificó el incendio (que causó daños por 72.000 euros, más otros 6.000 al piso de abajo). Cuando los bomberos lo apagaron, encontraron el cuerpo del padre. En un primer momento, los Mossos consideraron que la muerte había sido por causas naturales.

El final de una pesadilla

A las 19 h. los Mossos se llevaron a Ismael para hacerle una prueba de ADN pero, como tenía el corte en la mano, primero le curaron en una ambulancia. Allí fue donde sospecharon de su conducta y le preguntaron si tenía un problema con su padre. Ismael les dijo que su padre ponía a la familia en peligro. «Le he clavado un cuchillo en la espalda», confesó. Daba «datos incoherentes», dirá un mosso en el juicio.

Nada de lo que había vivido hasta el momento de asesinar a su padre, ni su novia Julia ni el comando Balx ni las mafias, eran reales. A partir de ahora comenzará a descubrirse lo que se fraguó durante un año en la oscuridad de su mente. Sobre esa realidad paralela, Ismael aseguró en una entrevista con este periódico: «Actué en defensa propia. Me vi entre la espada y la pared. Lo hice por supervivencia».

11 junio. La valoración psiquiátrica, ordenada por el juzgado, determinó que tenía un brote de esquizofrenia paranoide, con una «idea delirante de perjuicio y persecución muy estructurada», sobre su pertenencia a «una mafia que tenía que hacer pagos». Le internaron en la unidad especializada del Sant Joan de Déu y un mes después le trasladaron al centro psiquiátrico penitenciario de Brians 1, ambas en Cataluña, porque «seguía presentando sintomatología florida». Los expertos determinaron que, mientras atacaba a su padre, Ismael estaba en «pleno brote psicótico».

Meses después, Ismael todavía creía que Julia y sus hijos existían. Convencerse de lo contrario demoró. «Nunca sospeché que mi mujer no era real, que otra persona se hacía pasar por ella», dijo a este diario. «Nunca la vi. Siempre pasaba algo para no encontrarnos, pero las explicaciones que me daba me las creía».

Durante el tratamiento psiquiátrico, Ismael señaló a Alba, aquella amiga y confidente, como la persona que fabricó el relato del grupo parapolicial Balx y a su novia virtual Julia, que le indujo a robar a su familia y a matar a su padre. Sobre su matrimonio y paternidad confesó a este periódico: «En el momento en que yo soy consciente que ellos no existen y que todo había sido alguien que se hizo pasar por ellos, me doy cuenta que viví una farsa y que mi padre era inocente».

«El tribunal concedió la eximente completa a Ismael Molina por alteración psíquica y absolvió a Alba Arnau de los cargos de asesinato y estafa».

Alba enfrentó una acusación penal, por su presunta participación en los actos de Ismael. Era acusada de estafa por más de 7.000 euros, asesinato e incendio. Se enfrentaba a casi 30 años de prisión. Por su parte, Ismael obtuvo la eximente completa por alteración psíquica, ya que al padecer un brote psicótico «no tenía libertad ni capacidad para decidir». El juicio se celebró entre el 27 de septiembre y el 18 de octubre de 2022.

La Audiencia Provincial de Barcelona declaró no probado que Alba ideara la muerte del padre de Ismael o la «inculcara de forma directa», en 2022. Tampoco fue culpable del incendio, ni tuvo ánimo de lucro al idear un «irreal entramado» con «personajes ficticios y reales» o la «falaz existencia» de Julia, «de la que se enamoró perdidamente» Ismael. Sí se comprobó que ella recibió 7.895 euros de Ismael, pero no «abusando» de él.

El jurado determinó que el «creador de la idea de dar muerte a una persona» había sido Ismael, basado en el «informe pericial»: él era el «único interlocutor» que habló de «matar como única solución». La primera vez se lo dijo a Julia, «pienso mucho y en uno de esos pensamientos se me ocurrió».

Se hizo la luz

Según los peritos que participaron en el juicio, era «prácticamente imposible inducir a una persona que está padeciendo un brote psicótico». «La esquizofrenia no es una patología que se pueda inducir», dijo uno de los especialistas, a pesar de que no hubo duda sobre la autoría de Alba de personajes inventados como Julia y miembros de Balx. Era ella la que mantenía sus conversaciones, perfiles y redes sociales, y era capaz de chatear a varias bandas con Ismael y sus familiares.

Si bien Alba dijo en un chat «haber matado a varias personas» su relato resultaba «difícilmente creíble, fantasioso e irreal que tiene más visos de anécdota infantil que de realidad», sin que se encontrara que pidiera alguna vez «actuación violenta alguna» a Ismael. Ella fue definida por los expertos del juicio como alguien con un «severo trastorno de la personalidad» que padecía «mitomanía o pseudología fantástica (a medio camino entre la mentira y el delirio)».

Ismael Molina, en 2023, en una foto cedida por él mismo. R.C.

Rozando el «retraso mental» y sin llegar a la «enfermedad», construía una «realidad deseada». Entre sus «mentiras simples» estuvo la del embarazo de gemelos nacidos con cuatro meses de gestación, pesando entre dos y tres kilos. Sus falsedades eran «fácilmente rastreables». Así, la única prueba contra ella, sostuvo la sentencia, era el testimonio de Ismael, sin pruebas y con poca credibilidad.

El asesinato de Manuel Molina no tuvo jurídicamente una «autoría». La Audiencia Provincial de Barcelona declaró la «libre absolución» de Ismael, aunque por la «peligrosidad criminal del acusado se considera imprescindible la imposición de la medida de seguridad privativa de internamiento en centro psiquiátrico». También se libró Alba.

Ahora Ismael sigue en tratamiento. Vive con su madre y su hermana en el piso donde mató a su padre. Todavía hay rastros del incendio en aquel hogar roto. Ismael cuenta con el apoyo de su familia y sus amigos. En el pueblo donde vive a veces ve a Alba en la calle. Él dice que la evita y que no le guarda rencor.

Fuente

Reconstrucción a partir de la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona del 10 de noviembre de 2022, del libro 'Enemiga íntima' de Susana Peix (editorial Alrevés) y una entrevista de Doménico Chiappe a Ismael Molina, publicada en marzo de 2023 en los diarios regionales de Vocento.

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