Urgente Fallece el exárbitro salmantino Joaquín Ramos Marcos
Perdura la errónea percepción de que 'Made in China' equivale a mala calidad. AFP

Cuando el 'Made in Europe' copia al 'Made in China' o al 'Made in Bangladesh'

Diferentes marcas de lujo fabrican en Europa en condiciones tercermundistas para vender una ilusión que se desvanece ante el declive del continente

Miércoles, 27 de noviembre 2024, 11:43

La etiqueta 'Made in Europe' era sinónimo de calidad. A lo largo de siglos, países como Francia e Italia han logrado que las manufacturas de sus países sean percibidas como productos de lujo. No en vano, las empresas de ese sector tienen a gala acompañar el nombre de su marca con un 'París' o un 'Milano' que da prestigio. Solo por este hecho diferencial pueden cobrar un jugoso plus. Y algo parecido sucede con los automóviles alemanes o los productos agroalimentarios españoles. De ellos se espera que, como poco, cumplan las normativas europeas de calidad y trabajo.

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No obstante, diferentes investigaciones periodísticas confirman que esa imagen es cada vez más pura ilusión. Porque, si bien las marcas de lujo del continente siguen apelando a la nostalgia de una Europa que ya apenas existe, identificándose con artesanos -siempre de raza blanca- que prestan atención hasta el último detalle, la realidad es que muchos de sus productos están fabricados por inmigrantes cuyas condiciones salariales y laborales se parecen más a las de sus países de origen que a las europeas.

La última confirmación de ello llega de la mano de la cadena catarí Al Jazeera. Concretamente, de un documental filmado con cámaras ocultas para su siempre recomendable programa 101 East. En él, los periodistas se hacen pasar por inversores chinos para acceder en Italia al interior de talleres en los que ciudadanos del gigante asiático, así como algunos del subcontinente indio, dan forma a los objetos de deseo de grandes marcas de lujo en jornadas de 12 horas, sin ninguna medida de seguridad laboral y por poco más de mil euros al mes.

Son las subcontratas que el lujo no quiere que sus clientes vean y de las que tratan de desentenderse. Pero todo apunta a que cada vez son más. Por eso, hoy ponemos el foco en la economía del lujo y en el uso de mano de obra migrante que se rige más por el 'Made in China' o el 'Made in Bangladesh' que por lo que el imaginario colectivo atribuye al 'Made in Europe'.

Estos son los temas que abordaremos:

  • Un bolso de 56 euros a 2.000.

  • Metanol asesino en Laos.

  • Los 47 de Hong Kong van a la cárcel.

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  1. Vender un espejismo

    Un bolso de 56 euros a 2.000

Tan chocante como las condiciones en las que trabajan los migrantes que fabrican bolsos de Dior o de Montblanc son los precios que estas marcas pagan por el producto en sí. En uno de los casos, abonan 56 euros por un bolso que en sus tiendas puede alcanzar los 2.000. Y son piezas que están fabricadas por personas que tienen poco que ver con el artesano que a la gente le viene a la cabeza cuando piensa en esas marcas. Son hombres y mujeres que viven en situación de semiesclavitud. En un momento del documental de Al Jazeera, la propietaria china de una de estas subcontratas reconoce que ha dejado de contratar a trabajadores del subcontinente indio porque denuncian sus condiciones, «algo que los chinos no hacen». Por si fuese poco, también admite mentiras en los contratos de trabajo.

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Fotograma del documental de 101 East sobre la producción del lujo en Europa. Al Jazeera

El 'Made in China' o el 'Made in Bangladesh' tienen mala reputación. Sin embargo, otra de las prácticas de las empresas europeas más cotizadas pasa por dedicarse en casa únicamente a finalizar el producto fabricado en esos países para poder ponerle la etiqueta del 'Made in Europe'. Hacer el ensamblaje final, como se dice en la industria.

La realidad es que en esos países la calidad de los productos no tiene por qué ser inferior. China, por ejemplo, cuenta con tecnología punta y una mano de obra bien cualificada para fabricar textil y calzado con el estándar que demanden los clientes. Me lo contaba claramente la diseñadora asturiana Celia Bernardo, a quien conocí en Shanghái cuando había dejado el 'fast fashion' para abrir su propia marca de 'lujo asequible', Celia B. Ella siempre ha sido transparente sobre dónde fabrica su ropa, y hubo un tiempo en el que trató de llevar la producción a Tailandia. No cuajó, porque China es la que ofrece mejores calidades y profesionalidad. Buena muestra de ello es que las mejores falsificaciones fabricadas allí son difíciles de distinguir del producto real, que puede costar 20 veces más.

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El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, junto a uno de los coches de la china Chery que Ebro fabricará en Barcelona. EP

Claro que las marcas de lujo tienen muchos otros gastos: se dejan un pastizal en márquetin, en eventos a los que periodistas e 'influencers' viajan en clase business, y, en definitiva, en crear la ilusión que es el lujo. Desafortunadamente para esas marcas, cada vez más consumidores son conscientes de lo que realmente están pagando cuando adquieren sus productos. Y más aún en mercados emergentes como la propia China.

Algo similar sucede en la automoción, donde marcas antes líderes comienzan a reflejar el declive de Europa. El grupo Volskwagen, por ejemplo, ha anunciado su intención de cerrar fábricas en Alemania, un país al que le está costando adaptarse al siglo XXI. En China, uno de sus principales mercados, Audi o BMW ya no son sinónimo de vanguardia. Porque en el gigante asiático eso significa movilidad eléctrica, diseños futuristas y vehículos totalmente conectados. Las marcas chinas les han adelantado por la derecha en esa carrera, y sus ventas se desploman: en el tercer trimestre, BMW ha caído un 30%, Porsche un 19% y Volskwagen un 15%.

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Procedencia de los vehículos vendidos el año pasado en Alemania y China. A la izda., el total; a la dcha. los automóviles eléctricos.

Ahora esperamos que se produzca el proceso opuesto: cada vez más marcas chinas llegarán a nuestro continente y, salvo que se les impongan barreras que acaben dañando a los consumidores, tendrán cada vez más éxito. Lo hicieron los fabricantes de teléfonos móviles, y ahora es el turno de las marcas de coches eléctricos.

  1. Gentrificación en el sudeste asiático

    Metanol asesino en Laos

La primera vez que visité Vang Vieng, en 2001, era una localidad tranquila, relajada y con mucho encanto situada estratégicamente entre la capital de Laos, Vientiane, y la principal ciudad del norte de este país del sudeste asiático, Luang Prabang. Sus peculiares formaciones montañosas creaban un telón de fondo perfecto para las escenas de niños bañándose en el río, pescadores con redes que volaban y agricultores cultivando arrozales. Eran un gran atractivo para los turistas que comenzaban a llegar tras la apertura al mundo del régimen comunista en la década de 1990.

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Vang Vieng en 2001. Zigor Aldama

Despuntaban pequeños hostales para mochileros y ya habían abierto los primeros bares para beber cerveza Lao barata. Es innegable que también había algo de droga, incluyendo setas alucinógenas que, como nos sucedió a nosotros en un episodió alarmante, acababan incluso en comida que no debía llevarlas. Pero parecía reinar cierto equilibrio, y Vang Vieng tenía poco que ver con los centros turísticos más colonizados de la vecina Tailandia.

La segunda vez que la visité, en 2006, la situación había cambiado sustancialmente: muchos locales habían vendido sus tierras o casas para transformarlos en bares, hostales o agencias de viaje, y el río había sido tomado por ruidosos visitantes flotando en gigantescas ruedas de caucho. Las borracheras comenzaban a ser habituales, y muchos turistas con mayor poder adquisitivo comenzaban a buscar refugio en hoteles 'cool' de los alrededores.

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Vang Vieng en 2014. Zigor Aldama

En 2012, la situación se había salido tanto de madre que el Gobierno utilizó la hoz y el martillo para acabar con el turismo de borrachera -sí, suena familiar, ¿verdad?-. Pero la estrategia para atraer visitantes de 'más calidad' ha tenido un impacto limitado. Es cierto que, cuando regresé por última vez, en 2017, se percibía cierto cambio, con más establecimientos de hostelería 'premium'. Sin embargo, los AirBnB de turno crecían como setas y, lo peor de todo, apenas quedaba ya población local -también suena conocido- en las cuatro calles que conforman el pueblo y los espectáculos culturales eran un circo humano.

La calle principal de Vang Vieng flanqueada por garitos para beber barato. Zigor Aldama

Ahora, Vang Vieng vuelve a estar en el candelero por las razones equivocadas. La semana pasada, en pleno plan para atraer turismo 'Laos Year 2024', seis jóvenes occidentales murieron envenedados con metanol en bebidas adulteradas: dos australianas de 19 años, dos danesas también de 19 y 20 años, una británica y un estadounidense perecieron por consumir bebidas alcohólicas en mal estado. El hostal en el que se alojaban las primeras había regalado cien chupitos la noche anterior, aunque todavía no se ha aclarado el origen del suceso.

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Lo que sí está claro es que la gentrificación de Vang Vieng, que sigue los pasos de otras zonas de países como Tailandia, Camboya o Filipinas, no deja de suponer la explotación de países en vías de desarrollo a manos de turistas más ricos. Claro que muchos no son conscientes de que las infraestructuras son las de un país en vías de desarrollo, y que eso incluye hospitales tercermundistas. Desafortunadamente, algunos pagan trágicamente las consecuencias.

Es lo mismo que sucede en Magaluf pero a una escala diferente, con una población local mucho más vulnerable y gobiernos corruptos que solo miran el dólar. No en vano, Laos se ha marcado como objetivo atraer 4,6 millones de turistas -el país tiene 7 millones de habitantes- este año, con la meta de que generen 712 millones de dólares. La mayoría de los pobladores originarios de Vang Vieng no se beneficiará de ellos.

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  1. Activismo democrático

    Los 47 de Hong Kong van a la cárcel

En 2020, China puso fin al movimiento prodemocracia que sacudió durante meses Hong Kong con la proclamación de la Ley de Seguridad Nacional, que criminaliza cualquier muestra de descontento con el gobierno central o el Partido Comunista en cuyas manos está el poder. La semana pasada concluyó el mayor proceso contra activistas juzgados por tratar de subvertir el poder del Estado, conocidos como 'los 47 de Hong Kong'. Su crimen: tratar de organizar hace cuatro años unas elecciones 'primarias' para tratar de maximizar sus opciones en el equivalente a las elecciones autonómicas.

Detención de un manifestante prodemocracia en las protestas de 2019. Zigor Aldama

De ellos, 45 recibieron condenas de prisión que van desde los 4 años y 2 meses hasta los diez años de Benny Tai, un sexagenario al que el tribunal considera el cerebro de la conspiración. Entre el resto hay nombres tan conocidos como el de Joshua Wong, que comenzó a exigir sufragio universal cuando tenía solo 14 años, durante el movimiento conocido como 'Occupy Central'. Lo entrevisté poco después de aquellas revueltas y, a pesar de que reconocía que habían fracasado, se mostraba optimista sobre el futuro democrático de la excolonia británica. Pero, desde entonces, ha pasado más tiempo encarcelado que en libertad.

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Como ya es habitual en todo lo relacionado con China y las libertades fundamentales, los poderes occidentales han permanecido callados. La Unión Europea se ha limitado a lamentar el proceso con el tradicional 'deeply concerned' de turno y Estados Unidos ha amenazado con imponer más sanciones a los individuos que coartan la democracia en la ciudad. De esta forma, se confirma la muerte de Hong Kong como el único lugar de China con algo parecido a un Estado de Derecho.

Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.

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