M. pérez
Lunes, 31 de octubre 2022, 09:24
El 'compañero Alckmin' ha sido una de las bazas fuertes de Lula da Silva para conseguir su regreso a la presidencia de Brasil. El 'compañero Alckmin' es Geraldo Alckmin, un veterano político de 70 años, cofundador del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), exgobernador ... de Sao Paulo y antiguo azote del Partido de los Trabajadores que, sin embargo, ha logrado con el nuevo mandatario la combinación alquímica para convencer al electorado con un maridaje entre el izquierdismo popular y la centroderecha más clásica. Esta última se ve personificada en este hombre de confianza para el mercado nacional, histórico de las instituciones brasileñas, ejemplo del neoliberalismo latinoamericano y que, por encima de sus diferencias con Lula, ha antepuesto su miedo a la pérdida de la democracia en su país en caso de que Jair Bolsonaro revalidase el mando.
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La presidencia y la vicepresidencia de Brasil quedan así ahora a cargo de una extraña pareja. Del calamar y el cayote. El primero es el apodo del jefe de filas del Partido de los Trabajadores. Lula, en portugués, es la denominación con que se conoce al cefalópodo y el nuevo presidente ha debido aguantar con buen humor las ironías al respecto de sus simpatizantes durante estos meses de larga campaña. El cayote o chuchú es un fruto básico. Parecido al calabacín, resulta poco gustoso, insípido, y suele usarse como ingrediente de acompañamiento a sopas o fritos. A Alckmin le apodan helado de cayote precisamente por eso, por su carácter austero, sobrio al extremo, que se hace mucho más destacable en contraste con el optimismo desbordante de Lula. Walter Matthau y Jack Lemmon compatiendo apartamento en el Palacio de Planalto.
Esa combinación sorprendió a muchos cuando el ya jefe del Ejecutivo electo anunció la composición de su candidatura a las presidenciales. Pero también convenció a una gran mayoría. A los votantes más preocupados por el futuro de Brasil, la unión entre el izquierdismo y el centroderecha económico les pareció una buena fórmula tras el mandato radical y personalista de Bolsonaro. A los temerosos de la izquierda liberal y los empresarios, les garantizaba la existencia de un afín y de un freno de mano en el gabinete. Y al electorado humanista le pareció extraordinario que dos políticos capaces de haberse llamado de todo y que incluso en 2006 compitieron a cara de perro en las presidenciales (Lula le ganó a Alckmin en segunda vuelta con el 60% de los votos) terminasen dando mítines unidos para evitar un mal superior.
Porque entre el calamar y el cayote ha habido serias diferencias de sabor. El exgobernador de Sao Paulo culpó en su momento a Lula de «arruinar el país», arremetió contra el Partido de los Trabajadores y apoyó la moción de censura contra Dilma Rousseff, economista y presidenta de Brasil hasta 2016. Sin embargo, ese apoyo le costó miles de seguidores. Un descenso al pozo de la indiferencia política del que salió hace unos meses cuando Lula le propuso acudir juntos a las urnas. El 'impeachemnt' a Rousseff conllevó el apoyo del PSBD al nefasto Gobierno interino de Michel Temmer, su sucesor entre 2016 y 2018. A Alckmin él pueblo no le perdonó. En las elecciones de ese año cosechó algo menos del 5% de los votos.
El nuevo vicepresidente es católico, próximo al Opus Dei, y durante su gobierno de San Paulo hizo de este Estado un motor económico. Un Ejecutivo intachable en ese sentido, pero que estuvo salpicado de acusaciones de corrupción y de mantener a una fuerzas de seguridad a las que aparentemente le bastaban pocas excusas para desenfundar el arma. Casado y padre de tres hijos, médico anestesista de profesión, nació en 1952 en la localidad de Pindamonhangaba, un minúsculo pueblo tan antiguo y arrinconado en el mapa que ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo en cómo se fundó. Fue su alcalde a los 25 años, el primer edil más joven de todo Brasil. De ahí despegó a una prometedora carrera como diputado. En 1988 cofundó el PSDB. Bajo sus siglas dirigió San Paulo entre 2001 y 2006, y posteriormente entre 2011 y 2018.
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Durante esos años, el Estado se convirtió en un floreciente nudo económico, ejemplar en toda Latinoamérica, lo que permitió a su gobernador hacerse con una reputada fama de tecnócrata y obtener la confianza del empresariado, clave en estas últimas elecciones. Pero el territorio también se asomó a una corrupción galopante, sacudido por diferentes investigaciones por desvíos de ayudas y fondos públicos, especialmente vinculados a la construcción. El popio Alckmin hizo frente a una denuncia de la Fiscalía por presunta financiación ilegal de su campaña electoral. Varios altos cargos de su partido cayeron por las imputaciones. Paradójicamente, él se presentó a las elecciones de 2018, las que ganó Bolsonaro, con un riguroso programa anticorrupción.
«Algunos pueden encontrar esto extraño», dijo hace unas semanas el vicepresidente electo, cuando fue interpelado por el hecho de acudir a las urnas junto a su antiguo rival de izquierdas. «Pero hoy Lula es quien mejor refleja las esperanzas del pueblo brasileño. Nosotros nunca pusimos en peligro la democracia», añadió. A modo de réplica, Lula ha repetido durante la campaña que los dos fueron competidores políticos, pero siempre se han tratado con respeto. La frase tiene segundas intenciones: el líder del Partido de los Trabajadores ha sabido atraerse con las invocaciones al respeto a una clase urbana que hace cuatro años votó a Bolsonaro, pero que ha acabado harta o amedrentada de sus bravuconadas.
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El nuevo vicepresidente, de hecho, puede ser considerado un damnificado del bolsonarismo. Se dice que el círculo de poder del presidente saliente estuvo detrás de bastantes de las acusaciones de corrupción que han minado su historial. Lo que está claro es que el carácter explosivo del líder ultraderechista y sus fórmulas económicas no menos explosivas han tapado por completo durante estos últimos años al tecnócrata sobrio y anodino. Ahora comienza otro tiempo. El tiempo de la extraña pareja. Del calamar y el cayote. Los detractores de Lula se han cansado de decir que la alianza con el conservador Alckmin trasluce un giro en el DNI político del líder del Partido de los Trabajadores que se verá durante los próximos meses. Algunos politólogos pronostican que será un Gobierno complicado dadas las diferencias entre el presidente y el vicepresidente. Pero una mayoría, al menos algo más del 50% de los votantes, opina que no hay fórmula peor que la de mantener a Bolsonaro al frente del país.
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