Iñigo Gurruchaga
Belfast
Sábado, 8 de abril 2023, 23:36
Célebre por la violencia política en el final del siglo XX, Irlanda del Norte conmemora el XXV aniversario del Acuerdo de Viernes Santo. Los medios publican análisis y entrevistas, dan cuenta de eventos fraternos entre comunidades antes enfrentadas. Se ha estrenado un musical basado en ... las vidas de John Hume y su esposa, Patricia, y una obra de teatro en la que el protagonista es el líder del IRA, Gerry Adams.
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La capital, Belfast, ha cambiado en los últimos años. En Malone, los vecinos hablaban en los años ochenta de la nueva demografía local. Profesionales y empresarios católicos estaban comprando viviendas en el bello barrio del sur de la ciudad, con mansiones victorianas construidas por hacendados de la industria o prebostes del 'establishment' protestante.
Ahora es otra ciudad europea, por cuyas aceras caminan sin norte inmigrantes africanos o de países deshechos de Oriente Próximo. El hotel en el que John Hume, impulsor destacado del proceso de paz, citaba a los periodistas, es ahora utilizado por el Gobierno para alojar a refugiados.
Caminando hacia el centro de la ciudad se llega al hotel Europa. Tenía la reputación de ser, junto al Commodore en Beirut, uno de los más bombardeados del mundo. Se accedía al edificio por una cabaña exterior en la que se identificaba a los clientes. Algunas ventanas estaban cubiertas con madera contrachapada. Dos helicópteros patrullaban noche y día sobre su tejado.
Martin Mullholland comenzó a trabajar en el Europa en 1983 y recuerda «el importante papel» que tuvo en el proceso de paz: «Los políticos se reunían en las salas de este hotel y sabíamos que estaban avanzando, que algo ocurría». Entabló amistad con el mediador estadounidense, George Mitchell. Hay en la recepción una foto suya con Bill Clinton.
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¿Qué piensa de la situación actual? «Es un lugar diferente», afirma. «Tenemos retos en el Gobierno. He oído que en estos años sólo ha funcionado el 40% del tiempo, y que el resto ha estado suspendido. Existen esas barreras, pero lo que yo sé es que la mayoría de la gente quiere que se avance. Sólo una pequeña minoría desea el conflicto».
En 1985, Margaret Thatcher, promovió la pacificación firmando un Acuerdo Anglo-Irlandés con su colega en Dublín, Garret FitzGerald. Contemplaba una coordinación política y de seguridad, pero no funcionó y los unionistas probritánicos de la provincia se indignaron por la intromisión del Gobierno del sur en sus asuntos.
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En las columnas que parecen sostener la cúpula del imponente edificio del Ayuntamiento, colgaron una pancarta –'Ulster dice no'–, el lema de una campaña que duró hasta 1998. Desde entonces, los unionistas sólo han ocupado ocho veces la posición anualmente rotativa de Lord Alcalde y la suma de sus concejales da una minoría. Paul, con uniforme de una compañía de seguridad, cumple turno en la puerta del edificio, abierto al público. Dice que al día siguiente del Acuerdo trabajó en el concierto de U2 en el que su cantante, Bono, elevó las manos del unionista David Trimble y del nacionalista John Hume como héroes del día.
En realidad, aquel concierto ocurrió más tarde, pero su impacto perdura, según Paul: «Puedes ver cómo ha mejorado por la cantidad de turistas. Espero que los problemas hayan pasado. Los políticos tienen que juntarse y pensar en las generaciones más jóvenes, pero en lugar de trabajar para la gente lo hacen para sí mismos»
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El turismo es ya una fuente importante de ingresos. Belfast es una de las capitales regionales más bellas del Reino Unido. En el área portuaria donde se construyó el transatlántico 'Titanic' se ha desarrollado un distrito de atracción cultural y entrenimiento, incluyendo un estudio en el que se filman éxitos mundiales, como la serie 'Juego de Tronos'.
Tiene dos buenas universidades que atraen a estudiantes internacionales. Si en el principio de este siglo se convirtió en un centro de telefonía para dar servicio a clientes de grandes empresas, Belfast tiene ahora un cluster con relieve de compañías especializadas en ciberseguridad.
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La naviera española Navantia construirá buques logísticos para la Royal Navy, reactiivando los astilleros de Belfast en colaboración con los de Puerto Real. Esta semana entrante el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunciará nuevas inversiones. Pero la región tiene algunas de las áreas más pobres del Reino Unido.
En los periódicos se expresa frustración, porque la paz relativa no reduce radicalmente el sectarismo. Se debe a la cuna y a la educación. La mayoría de las escuelas son subvencionadas por el Estado, pero en su gobernación influyen las iglesias protestantes y la católica que las crearon. Solo el 10% son integradas.
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La primera escuela de Belfast sin credo único en la era moderna, Lagan College, fue fundada en 1981. Es tiempo festivo y no hay nadie. Pero por la ribera del río pasea una madre con sus hijos y la abuela. De unos 35 años y clase media, cree que «queda mucho por hacer, porque hay fanáticos en los dos lados, en vez de trabajar juntos por el bien del país».
Cree que las escuelas integradas son buenas para matrimonios mezclados (entre cónyuges de diferente religión), «pero no se puede forzar a otros si los niños están contentos y reciben una buena educación», dice. «Yo me eduqué en una escuela protestante, pero con un proyecto de relaciones comunitarias y tengo amigos católicos».
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Avanzando por el río se llega a Short Strand, un barrio católico rodeado de vegetación y vallas metálicas que lo ocultan y protegen. En el norte del enclave se levanta un laberinto de muros de hormigón rematados con más vallas para evitar antaño el intercambio de proyectiles con los vecinos protestantes.
Se conocen como muros de la paz y son la expresión lacerante del sectarismo. En el enclave católico, un hombre de unos 30 años sale del coche con prisa, su mujer está cerca de dar a luz. «Te doy dos líneas –dice–. Los muros no son ya necesarios, hay que avanzar. Pero quizás mi vecino piensea diferente».
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Una verja de hierro rodea también el jardín de un septuagenario que está arrancando malas hierbas. No quiere entrevistas, pero le gusta conversar. El Acuerdo de Viernes Santo fue, según él, el fin de la guerra del IRA con el ejército británico. «Hemos estado así 800 años», dice. Y no cree que los muros se eliminen en los próximos cinco años. El plazo tan optimista se extiende después a diez años, a veinte. Finalmente, no se derribarán porque «nunca sabes cuándo (la confrontación) puede comenzar de nuevo». Uno de sus hijos se ha casado con una mujer protestante y él es partidario de las escuelas integradas. Cree que los unionistas no quieren aceptar el avance de los republicanos.
Hay que salir del reducto, caminar uns metros, meterse en el nuevo laberinto de muros. Una septuagenaria protestante fuma sentada en el exterior de su casa. «El Acuerdo del Viernes Santo no ha funcionado para nosotros», dice. Recomienda llamar a la puerta del número 12, porque la mujer que vive allí sabe de estas cosas. Solo un perro ladra en el 12.
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Otra calle con muro. Jessica, de 26 años, con dos niños pequeños: «Ha durado tantas generaciones que la gente no conoce otra cosa. No tienen una conciencia libre para pensar qué es bueno o malo. Yo soy lo que llamarías protestante y el padre de estos niños católico. Si algunos de aquí lo supiesen, quizás no nos aceptarían porque… porque son estúpidos».
«Si ves a gente feliz, qué importa su color de piel, protestante o católico. Si alguien es una buena persona, qué importa. ¿Me entiendes? Yo crecí como británica en una familia muy protestante. Soy la oveja negra. Pero me asombra que la gente no piense como yo. ¿El Acuerdo de Viernes Santo? No sé mucho de eso».
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