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La primera ministra británica, Liz Truss, pronuncia su discurso de apertura en la conferencia del Partido Conservador en Birmingham. EFE
Truss ofrece un discurso tranquilizador a un tenso Partido Conservador

Truss ofrece un discurso tranquilizador a un tenso Partido Conservador

La polémica sobre la reducción de impuestos pasa ahora a la actualización de los subsidios sociales

iñigo gurruchaga

Londres

Miércoles, 5 de octubre 2022, 15:52

La primera ministra británica, Liz Truss, intentó asentar su gobernación, cerrando la conferencia anual de los conservadores este miércoles con un discurso reiterativo de su estrategia. En las circunstancias turbulentas que han marcado sus primeros días de mandato –su estima entre el público era en ... agosto 30% positiva y 60% negativa y ahora 13% y 73%– la líder optó por ser breve y aburrir.

Liz Truss copió el estilo publicitario de Tony Blair prometiendo a los miembros del Partido Conservador «una nueva Britain para una nueva era» (un nuevo laborismo para una nueva Britain, prometía Blair) y una gobernación basada en «crecimiento, crecimiento y crecimiento» (los publicistas del ex primer ministro también acuñaron en 1997 un afán uno y trino: «educación, educación y educación»).

La primera ministra afirmó una falsedad –que es la primera en llegar al 10 de Downing Street tras acudir a una escuela no selectiva– y confirmó en lo político que extenderá el plan de expulsiones de refugiados a Ruanda, intentadas por Boris Johnson, y cambiará la ley británica para que Londres no tenga que cumplir decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Pero su discurso se centró en su plan de crecimiento. Tiene tres pilares: reducir impuestos, disciplina fiscal y eliminar regulaciones que obstaculizan a las empresas. La crisis que siguió a su minipresupuesto de hace trece días no fue mencionada, salvo para afirmar que la abolición del impuesto del 45% a las mayores rentas «se convirtió en una distracción para la mayor parte de nuestro plan», y por eso la abandonó.

La distracción más inquietante para Truss es la ausencia de parlamentarios de su partido en la conferencia de Birmingham y las disputas públicas de miembros del Gabinete. Exministros de Johnson, como Michael Gove y Grant Shapps ya habían advertido, el domingo, de que no apoyarían el presupuesto cuando llegase su votación en el Parlamento. Les siguieron otros diputados desde el anonimato.

Quejas y rencores

Entra entonces en escena la ministra de Interior, Sue Braverman, defensora de cortar los lazos con la Convención Europea de Derechos Humanos y ahora a cargo de las extradiciones a Ruanda. Criticó a los colegas que habían disentido con la primera ministra sobre la reducción de impuestos, que ella deseaba, y les pidió unidad. Para lograrla, les acusó de «intentar un golpe» para derribar a Truss.

La ministra de Comercio Internacional, Kemi Badenoch, quizá sería primer ministra si Braverman hubiese pedido a sus seguidores el voto para Badenoch, tras ser ella eliminada de la campaña para sustituir a Johnson. Pero les pidió que votasen a Truss. Badenoch, amiga de Gove, ha calificado ahora el lenguaje de Braverman sobre conspiraciones golpistas como «inflamatorio».

¿Quién, con asiento en las salas donde se reúnen los más importantes miembros de este Gobierno, habrá filtrado a la prensa que Truss ha rechazado la propuesta del ministro Jacob Rees-Mogg de eliminar la necesidad legal de una causa para despedir a empleados que ganen más de 57.000 euros anuales? Parecía tener un aire triste mientras escuchaba el aburrido discurso de su jefa.

La ministra Penny Mordaunt, responsable de relaciones con la Cámara de los Comunes, ha afirmado que el montante de los subsidios sociales tiene que subir en correspondencia con la inflación. El presupuesto completo que presentará el Gobierno el 23 de noviembre tiene que contentar a posiciones extremas que ya se airean miembros del Gabinete. La cuarta encarnación de esta era conservadora da sus primeros pasos sugiriendo que el partido se ha convertido en ingobernable.

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