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miguel pérez
Martes, 13 de septiembre 2022
Una anécdota ilustra a la perfección la situación por la que pasa el Gobierno ruso. Mientras su Ejército huía a la desbandada de Járkov el pasado sábado, el presidente Vladímir Putin inauguraba en medio de un parque el programa de festejos y conciertos con motivo ... de la conmemoración de la refundación de Moscú. Había una noria. Putin la describió como «la más grande de Europa» y la presentó como la atracción central. La noria se averió unas horas después y fue necesario devolver las entradas al público.
Pues bien, algo de eso trata ahora de imitar el Ejecutivo para capear la crisis política surgida tras la derrota en Járkov y salvar la cara del mandatario, blanco (como nunca lo ha sido) en las últimas horas de las críticas de decenas de políticos, editorialistas y propagandistas afines por el nefasto curso de la guerra en Ucrania. El Kremlin quiere hacer ver que no es la estrategia bélica en sí la que falla, sino que se ha averiado la noria que la mueve; es decir, la cadena de mando militar, donde ya busca culpables para cesarlos en sus cargos.
Este tipo de maniobra le ha salido bien al Kremlin al menos en dos ocasiones anteriores. Al inicio de la invasión, cuando se supo que la ocupación de la exrepública sovietica no resultaba tan sencilla como se esperaba, el Gobierno ruso mandó a casa en arresto domiciliario a varios jefes de la Inteligencia moscovita por no haber evaluado correctamente las fuerzas del enemigo. Más tarde, en abril, Defensa llevó a cabo una remodelación importante de la cúpula militar semanas después de ordenar la retirada de Kiev. La diferencia con el momento actual es que Putin y sus ministros disfrutaban entonces de la bonanza pública. La mayoría de los ciudadanos apoyaba la invasión y los propagandistas del régimen jaleaban la política oficial.
Hoy, no todos reman ya en la misma dirección. Esta misma mañana los rusos han amanecido más contrariados ante la voces a favor de que Rusia pase a un estado auténtico de guerra y decrete la movilización general de su población. Unas voces que proceden ya no solo de editorialistas o blogueros afines al presidente, sino de los parlamentarios y senadores de los dos partidos que sostienen la jefatura de Putin (Rusia Unida y el Partido Comunista). Por el contrario, son ya más de un centenar de ediles de 35 municipios rusos los que piden la dimisión del jefe del Ejecutivo por los perjuicios que la guerra causa al país; la demostración de que la sociedad se está volviendo cada vez más ambivalente entre quienes defienden endurecer el conflicto bélico y los que abogan por ponerle fin. «Las opiniones se están polarizando. Con el tiempo, las opiniones polarizadas se van radicalizando. Todo eso apunta a un conflicto creciente dentro de la sociedad rusa», señala hoy un analista social en 'The Washington Post'.
Enfrentado a una situación completamente nueva, el Kremlin trata de aislar a su presidente de los reproches y exonerarle de cualquier responsabilidad en la retirada de Járkov. Tampoco parece que la amenaza de los tribunales esté surtiendo efecto entre los electos que están sumando sus firmas para pedir la destitución de Putin y en círculos cercanos a la dirección se duda de que la represión resulte ahora adecuada ante la eventualidad de que alimente la sensación de una profunda crisis política.
Medios internacionales apuntan a una purga inminente en el Estado Mayor, aprovechándose (y eso también es cierto) de que los errores de bulto del alto mando y la Inteligencia militar han sido determinantes en un desastre cuyas consecuencias totales no se adivinan todavía. Este miércoles se ha conocido, por ejemplo, que los rusos abandonaron decenas de tanques y vehículos blindados en su huida de la localidad de Izyum. Enclave estratégico en la región, los invasores habían instalado en sus afueras un centro neurálgico de reparación y reabastecimiento de carros de combate. Cuando los ucranianos atacaron, sus tripulaciones prefirieron marcharse a pie o en coches particulares antes que llevarse los blindados, conscientes de que serían un blanco fácil de los drones en plena retirada.
El Kremlin, según varios análisis, trata de encuadrar la victoria pacial de Ucrania en las dimensiones naturales de un conflicto donde los golpes y contragolpes vienen y van; una teoría en la que coincide parcialmente el Pentágono, que ha tratado de sofocar los excesos triunfalistas advirtiendo que Rusia todavía cuenta con una potente maquinaria militar en el Donbás.
A Moscú, esta reconquista le mina la impresión que había conseguido forjar sobre un dominio absoluto del este y el sur de Ucrania. A Kiev le ha servido de palanca para pedir más armamento y recibir una respuesta eufórica de Occidente. «Las guerras se ganan con armas», sentenció este martes el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, que ha instado a los europeos a «no desfallecer», alentado por la contraofensiva de Járkov. La Unión Europea ha enviado desde el inicio de la invasión arsenales valorados en 2.600 millones de euros para equipar a las tropas ucranianas. También se ha puesto oportunamente en circulación un informe encargado por el propio Volodímir Zelenski a un antiguo líder de la Alianza Atlántica, que propone a los aliados que, en tanto no se produzca el ingreso en la OTAN, los gobiernos aliados sigan invirtiendo durante los años que haga falta en las defensas de Ucrania.
«¿En qué se diferencia una operación militar especial de una guerra? Se puede detener la operación militar en cualquier momento. No puedes detener la guerra: termina en victoria o derrota. Hay una guerra y no tenemos derecho a perderla». Gennadi Ziuganov, líder del Partido Comunista, personificó este martes en el Parlamento ruso la exigencia de rendición de cuentas que concejales, veteranos exmilitares, editorialistas, diputados y senadores -una parte de ellos adscritos a su propio núcleo duro- han comenzado a dirigir al presidente, Vladímir Putin, hasta ahora herméticamente protegido de las críticas por la invasión de Ucrania gracias a las leyes contra todo aquello que «desacredite al Gobierno».
Pero ese amplio paraguas parece haberse agrietado. En su entorno, y entre diferentes líderes de opinión adeptos a la estrategia oficial, se cree que es necesaria una «movilización general» para alimentar de soldados las unidades desplegadas en el frente y cambiar el curso de la invasión. La vergonzosa retirada de Járkov este pasado fin de semana ha generado la sensación de que la guerra no solo está estancada, sino que puede prolongarse 'ad infinitum' sin un golpe en la mesa.
El jefe del Kremlin se resiste a una medida de este calado, y este martes su Gobierno volvió a rechazarla, por la impopularidad que acarrearía enviar a luchar a los hijos, maridos y mujeres de las familias rusas. Aparte de que daría carta de naturaleza como guerra en toda regla a un conflicto que el Kremlin ha preferido enfocar en todo momento como una operación de rescate de unos enclaves separatistas oprimidos por Kiev.
Electos de Samara y Novogod se unieron este martes al casi centenar de concejales de dieciocho distritos de Rusias que han firmado la carta en la que exigen la dimisión de Putin e incluso le acusan de «traición» por conducir al país a un drama humano y una asfixia económica. Pero ha sido la declaración en la Duma de Gennadi Ziuganov la que ha roto el candado de la caja de los truenos. Por primera vez, ha llamado guerra a la conceptual 'operación especial' de Putin. El Partido Comunista es uno de los dos que le sustentan al frente del Ejecutivo. El otro es su propia formación, Rusia Unida, cuyo diputado Mikhail Sheremet -adscrito al comité de seguridad del Parlamento- ha reclamado también movilizar a todos los mayores de edad. Los diputados de este comité han propuesto incluso que los ciudadanos con tres o más hijos menores a su cargo firmen un contrato para ingresar en la reserva de movilización, cuando hasta ahora disfrutaban automáticamente del derecho a no ser llamados a filas.
«No hay que asustarse. Necesitamos una movilización completa del país, necesitamos leyes completamente diferentes», reclamó Ziuganov. «Sin la movilización total, incluida la de la economía, no lograremos los resultados adecuados (en Ucrania). Hoy la sociedad debe estar lo más consolidada posible y propositiva para la victoria», remachó Shremet, que incluso fue un poco más lejos al sugerir la aplicación de una economía de guerra.
La presión, al menos en estas primeras horas tras la debacle de Járkov, no ha hecho aparente mella en el Kremlin. Su portavoz, Dimitri Peskov, aseguró que el Ejecutivo no contempla una movilización general y atribuyó las discrepancias de los portavoces parlamentarios al «pluralismo» en Rusia. Aunque a nadie se le escapa que las reivindicaciones proceden en su mayoría de sectores nacionalistas y afines al presidente, Peskov enfatizó que los rusos mantienen su apoyo a Putin.
Las bolsas de cadáveres queman. Ni el mandatario ni sus ministros quieren verlas bajando de los aviones militares rusos cuando regresen del frente ucraniano. Y menos con reclutas jóvenes e inexpertos. Según la encuesta del instituto Levada de agosto, el 81% de los ciudadanos respalda la invasión, pero el entusiasmo cae más de 20 puntos entre los más jóvenes en edad de combatir; es decir, de ser movilizados. Esa dualidad, o desafección, le ha permitido a Putin navegar hasta cierto punto con soltura sobre siete meses de empantanada invasión.
El promotor de la carta firmada por casi noventa electos en petición de la dimisión de Putin, el edil de San Petersburgo Dmitri Paliuga, fue este martes procesado y multado por el Juzgado de Smolni al pago de 47.000 rublos (unos 800 euros) por acusar al presidente de traición. Otro concejal, en este caso de Moscú, Alekséi Gorinov, tuvo peor suerte en julio: recibió una condena de seis años de cárcel por criticar la invasión de Ucrania. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, advirtió que «hay que tener mucho, mucho, cuidado» entre lo que significa «pluralidad» y «desacreditar al Gobierno», que puede implicar penas de prisión.
Lo cierto es que la tan inesperada como indiscutible última derrota rusa en suelo ucraniano ha colocado al Kremlin sobre un nido de serpientes. «Negligencia», «traición», «deshonor» o «gran derrota» son algunos de los epítetos con los que Putin se acostó el lunes y despertó el martes. Locutores nacionalistas, veteranos exmilitares, blogueros y analistas se preguntan sobre la ineficacia del Ejército y el futuro que le espera a Rusia ante un conflicto cada día más imperecedero.
Putin está enfadado. Así lo suponen algunos medios internacionales que sospechan que baraja ceses en su cúpula militar. Ya lo ha hecho antes con cada fracaso sonado. Pero sus críticos todavía sienten más cólera que él. Blogueros afines se preguntan si está bien informado de lo que sucede en el país vecino. No se entiende muy bien, por ejemplo, que a Putin la huida de sus soldados -y la muerte de cientos de ellos en el empeño- le pillara en un parque de Moscú inaugurando una noria. Ígor Guirkin, oficial retirado que codirigió la rebelión prorrusa de 2014 en el Donbás, considera que Serguéi Shoigu ha demostrado ser un ministro de Defensa «negligente». Otro activo experto en temas militares, Yuri Podoliaka, reprocha al Estado Mayor que quiera hacer creer a la población que la retirada es un «astuto plan» de reagrupamiento, mientras otros críticos exponen que se ha perdido un territorio considerable y dejado arsenales en manos de los ucranianos. «Muchos altos cargos con uniforme son dignos de despido con deshonor y parte ellos, de condena de cárcel o incluso fusilamiento», arremete el periodista político Vladímir Soloviov. La jefa del canal RT, Margarita Simonian, sentenció: «Si estamos en guerra con la OTAN, entonces probablemente deberíamos luchar como (si fuera) con la OTAN», en alusión a que el Kremlin dote de mayor poder bélico y hombres a sus unidades en el frente.
Los disidentes exigen a Putin que haga lo necesario para retomar las riendas de la guerra y arrebatar a Kiev la iniciativa recién ganada en Járkov. Alertan que los rusos corren peligro de ser cercados en otros territorios del Donbás, donde las unidades locales tomaron ayer nuevas aldeas.
Sobre el terreno, el futuro inmediato depende mucho de lo que haga el Kremlin, en especial si su máximo jefe cede al reclutamiento general y fortalece al Ejército. Moscú aún puede efectuar un contragolpe de alta intensidad. Conserva en su poder una quinta parte de la exrepública soviética. Allí mantiene varias líneas bien fortificadas y los esfuerzos por romperlas le ha costado a los ucranianos un alto desgaste en vidas y artillería. Para algunos analistas, esa todavía notable conquista aleja el riesgo de un invierno nuclear.
El canciller federal, el socialdemócrata Olaf Scholz, ha telefoneado por primera vez en muchas semanas con el presidente ruso, Vladímir Putin, y exigido la retirada de sus tropas de toda Ucrania y la búsqueda de una solución diplomática para el conflicto. Durante una conversación de 90 minutos, el jefe del Ejecutivo alemán demandó también dl jefe del Kremlin un alto el fuego inmediato y el respeto de la integridad territorial y la soberanía de Ucrania, anunció el portavoz del Gobierno, Steffen Hebestreit.
Scholz advirtió además de que nuevos intentos rusos de anexión territorial a costa de Ucrania no quedarían sin respuesta y de ninguna manera serían aceptados o reconocidos. Las fuerzas ocupantes se vieron obligadas recientemente a posponer un previsto referéndum en territorios ucranianos para integrarlos en la Federación Rusa.
Scholz abordó también durante la conversación con Putin la situación en la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa y que está ocupada por tropas rusas desde el comienzo de la invasión en marzo. El canciller federal insistió en la necesidad de garantizar la seguridad de la planta, exigió evitar todo paso que conduzca a una escalada y aplicar inmediatamente las medidas que aconseja el Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU.
El político socialdemócrata alemán demandó asimismo del máximo mandatario ruso que los prisioneros de guerra ucranianos sean tratados de acuerdo con las normas del derecho internacional y el acceso sin límites de representantes de la Cruz Roja Internacional a los lugares donde se encuentran encerrados. Igualmente el canciller federal habló sobre la situación alimentaria mundial y la escasez de cereales en países del Tercer Mundo por la guerra.
La última vez que Scholz conversó por teléfono con el presidente ruso fue en mayo. La pasada semana telefoneó al presidente ucraniano, Volidímir Zelenski, a quien prometió mayores ayudas económicas y militares de Alemania. (Por JUAN CARLOS BARRENA)
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