Trump llega tarde para portar el féretro dorado de su primera esposa

«El Donald», como solía llamarlo, fue su creación. De ella venía la ostentosa inspiración de bañarlo todo en oro, vestirlo de terciopelo y cubrirlo con alfombras persas, tan recargado como fuera posible. Fue ella quien se encargó de decorar los rascacielos y casinos que definieron su imperio, regentar algunos de sus negocios en Atlantic City y hasta de darle un espacio diario en los tabloides con el agrio divorcio en que terminaron sus quince años de matrimonio.

El magnate le había hecho firmar en el contrato prenupcial que le devolvería cada uno de sus regalos que le hiciera en caso de separación, pero, para cuando llegó el momento, los últimos años habían sido tan agrios que Ivana alegó «trato cruel e inhumano». Según los relatos que confió a su abogado, Trump llegó a arrancarle el cabello a manojos, violarla y dejarla encerrada toda la noche aterrorizada en el cuarto de baño. Mientras, su amante, la actriz Marla Maples, por quien la dejaría y con la que tendría su hija menos conocida, Tiffani, contaba a los tabloides las intimidades sexuales.

Con todo, la relación recuperó el tono amistoso al paso de los años, hasta el punto de que «El Donald», al que mandaba las facturas de sus modelitos, pagó en 2008 los tres millones de dólares que costó la celebración de su boda en la residencia de Mar-a-Lago con el playboy italiano Rossano Rubicondi, veintitrés años más joven que ella, del que se divorció un año después. La autora del libro 'Criando a Trump' continuó su obra durante la campaña electoral de 2016 y fue su confidente mientras estuvo en la Casa Blanca, pero en los últimos años se había quedado sola.

Así la encontraron el viernes pasado a los 73 años, sola, muerta en el suelo, al pie de una de esas escaleras que solía usar para los descensos glamurosos. El forense determinó que había fallecido de un «violento impacto», sin que la Policía encontrase indicios de que se hubiera cometido un crimen. Con ese accidente regaló a sus hijos una prórroga para el testimonio judicial que tenían que prestar ese día en un tribunal de Nueva York por los manejos fraudulentos de los negocios familiares.

Sus declaraciones en la iglesia daban fe de que la educación que habían recibido de esta checoslovaca, hija de un electricista y una operadora, a la que su hijo menor, Eric, definió como «la encarnación del sueño americano», les había convertido en auténticos Trump. Donald Jr, el primogénito, recordó que su madre se lo llevó un día al servicio de un restaurante, donde estaba «poniendo a prueba su paciencia», para enseñarle «lo que realmente es la disciplina del Este de Europa», contó. «Y si lloras, volvemos aquí y lo hacemos de nuevo», le amenazó.

Los niños sabían bien de lo que su madre era capaz. Por eso cuando Ivanka rompió una lámpara de araña echó la culpa a su hermano, que lo negaba vehemente aumentando la indignación de la madre. «Y ahora yo no solo había roto la lámpara, sino que además lo negaba, así que para cuando logré convencerla estaba tan casada de pegarme que ya no tenía ganas de empezar con Ivanka», dijo en la iglesia.

A Ivanka le tocó otra educación distinta. «Mis minifaldas nunca eran lo suficientemente cortas para ella», recordó. Su madre la amonestaba por dejar las fiestas de St. Tropez a la una de la madrugada. Ella se quedaba hasta las cuatro», bromeó. «Su lema siempre era alardea de ello mientras puedas» y «nunca jamás te cases con un hombre con problemas de espalda». Su última audiencia, que dejó la iglesia medio vacía, pudo deleitarse con una foto de sus mejores años en plena pose de glamour.