Los primeros resultados de las elecciones norteamericanas consuman la división de la sociedad estadounidense. División que, aunque ha estado presente desde que el país se fundó, se ha incrementado hasta límites de intolerancia difícilmente soportables. El escrutinio parcial ofrece una ventaja mínima de los republicanos ... en la Cámara de Representantes y muchas más dudas sobre la futura composición del Senado. Da la impresión hace tiempo que la idea por la que los habitantes del coloso norteamericano se han considerado siempre «excepcionales», la idea singular de sí mismos en tanto que unidos, se ha resquebrajado definitivamente. No todos adoran y respetan ya su Constitución y la raíz de su nación, como manifiestan los 70 millones de votos que obtuvo Trump en las presidenciales de hace dos años. Hasta el asalto al Capitolio, la derecha chovinista estadounidense no era antidemocrática como la europea; creía en la democracia y en la Constitución, claro que sólo para los civilizados blancos.
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La historia de la actual política sectaria y rupturista es bastante reciente. La mayoría de las fuentes la emplazan en la década de 1990, cuando tras la guerra fría algunos estadounidenses buscaron nuevos enemigos contra los que luchar. La denominada «revolución republicana» de 1994, momento en el que el Partido Republicano recuperó la Cámara de Representantes, después de 42 años, cambió significativamente la política estadounidense. A partir de ese momento, los republicanos comenzaron a identificar al Partido Demócrata con el «enemigo» y ni la crisis de la Covid-19 consiguió limar asperezas y unir al país como había ocurrido con anterioridad en las grandes crisis nacionales. En un ambiente político tóxico y con el último presidente de EEUU manifestando que quiere volver a presentarse a las presidenciales de 2024, si los republicanos ganan y controlan el Congreso, la presidencia de Joe Biden quedará en entredicho y cuestiones como el apoyo estadounidense a Ucrania en la guerra contra Rusia, los lazos comerciales transatlánticos y la seguridad europea cambiarán substancialmente.
Las redes sociales y las cadenas por cable han contribuido de forma notoria al páramo tóxico de arrogancia, inutilidad, frustración y rabia de la política estadounidense actual. El país todavía no se ha descompuesto, a pesar de los grandes esfuerzos de sus dirigentes por dividirlo, y ello se puede deber al legado de su «peculiar» fundación. Claro que debemos preguntarnos ahora si esta capacidad para la unidad se mantendrá frente a la presión de una polarización continua como la que sufren en estos momentos y que las elecciones han puesto de manifiesto. No olvidemos que la responsabilidad última de dicha polarización reside, en gran medida, en sus élites, en la estructura de sus procesos políticos, en el funcionamiento de sus instituciones, en sus medios de comunicación y en el crecimiento exponencial de la desigualdad. En esta situación, las grandes reformas y los enormes desafíos a los que se tiene que enfrentar el coloso norteamericano serán difíciles de alcanzar. Unificar el país parece una quimera.
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