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M. Pérez
Miércoles, 22 de noviembre 2023, 08:12
«Hemos sido golpeados». La fase pronunciada aquel fatídico 22 de noviembre de 1963 por el agente especial Kellerman ha resonado durante décadas en los oídos del escolta presidencial Clinton J. Hill. Él fue el primer miembro del servicio de seguridad de John Fitzgerald Kennedy ... que se encaramó al vehículo oficial inmediatamente después de que fuera abatido en Dallas. A punto de cumplir 92 años, este exveterano del Servicio Secreto es requerido por decenas de medios para recordar un magnicidio que le persiguió durante casi treinta años, sumiéndole en una profunda depresión hasta que en 1990 pudo regresar al escenario del crimen y mirar de nuevo, por primera vez desde el asesinato, la ventana desde la que Lee Harvey Oswald disparó contra JFK.
«Al hospital, al hospital». Su compañero Kellerman gritaba por la radio. Él protegía con su cuerpo a la primera dama, encaramado sobre el maletero de la limusina que avanzaba a toda velocidad por las calles de Dallas hacia el hospital Parkland Memorial. Al lado de Jacqueline, yacía JFK. Muerto. Delante, el gobernador Conolly. Desangrándose tras recibir una de las balas ante la mirada aterrorizada e impotente de su esposa. Jackie, en la fila posterior, gritaba agarrada al cuerpo de Kennedy: «Dios mío, le han disparado en la cabeza». Al llegar al hospital, Hill se quitó su abrigo y envolvió con él la cabeza y los hombros del presidente. Recuerda que lo hizo como un último gesto de protección hacia el hombre cuya última imagen no quiso que fuera la de un cadáver destrozado.
Clinton J. Hill es un veterano retirado del servicio de protección de la Casa Blanca. Ha cuidado de la seguridad de cinco mandatarios: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon y Gerald Ford. Este mes ha salido a la luz 'Cinco días de noviembre', un libro donde relata cómo vivió el magnicidio que conmocionó América. Ha escrito varios volúmenes de memorias ligados sobre todo a los años que pasó al servicio de la familia Kennedy. No hay nada de amarillismo, morbo, ni deseo de explotación de aquel trágico asesinato en sus páginas. Solo respeto, honestidad y un tributo a la que fuera la más famosa primera dama de Estados Unidos. La crítica los ha resumido con una palabra: 'Conmovedor'.
Encomendado durante aquellos años a la protección de la esposa de JFK, en 'Mis viajes con Mrs. Kennedy' el exagente relata cómo durante la Guerra Fría él debía supervisar la seguridad del clan presidencial. Reunió al matrimonio y le explicó a la primera dama que, en caso de un ataque con armas atómicas, su prioridad sería ponerla a salvo inmediatamente con sus hijos John y Caroline en un refugio antinuclear. Pero ella respondió que no huirían. Saldrían «caminando al césped y enfrentarían el mismo destino de todos los demás estadounidenses».
En este mismo libro, Hill cuenta también su trauma más doloroso y un intento de suicidio un mes después de la muerte de JFK, durante un breve viaje oficial de Jaqueline con sus hijos para asistir a un homenaje en Palm Beach (Florida), «La culpa y la angustia me consumieron. Todo en lo que podía pensar era en Dallas», explica el exagente, que la madrugada anterior a fin de año decidió sumergirse en el mar y ahogarse. «Las lágrimas corrían por mis mejillas, y cuando el agua fría me envolvió se convirtieron en sollozos. Quería que el agua me tragara». Sin embargo, un policía observó la escena desde el paseo marítimo y le salvó la vida.
La historia de Clinton J. Hill inspiró a Wolgfang Petersen y Clint Eastwood para rodar 'En la línea de fuego'. La clásica historia del agente del Servicio Secreto devorado por la culpa al no haber detenido con su cuerpo la bala destinada al presidente. Solo que en su caso fue una realidad.
Hill viajaba en el vehículo inmediatamente posterior a la limusina presidencial, un convertible Lincoln de nueve plazas ocupado por los escoltas del presidente, cuando se produjo el fatídico primer disparo de Oswald (considerado el único autor material del magnicidio). «Cuando salimos de la curva y comenzamos a enderezarnos, yo observaba el área que parecía ser un parque. Había gente esparcida por todo el parque. Y escuché un ruido a mi espalda por la derecha que pareció un petardo. Inmediatamente miré a ese lado y, al hacerlo, mis ojos cruzaron la limusina presidencial y vi al presidente Kennedy agarrarándose mientras daba bandazos hacia adelante y hacia la izquierda», relata en su testimonio ante la comisión que investigó el asesinato.
«¿Este fue el primer disparo?», le pregunta uno de los comisionados.
«Sí, señor. Salté del coche al darme cuenta de que algo andaba mal y corrí hacia la limusina. Justo cuando llegué allí, se escuchó otro sonido, que era diferente al primero. Creo que lo describí en mi declaración como si alguien estuviera disparando un revólver a un objeto duro; parecía tener algún tipo de eco. Puse mi pie derecho en el escalón trasero izquierdo del automóvil, y agarré el asidero con la mano. El vehículo se sacudió hacia adelante. Perdí el equilibrio y tuve que correr unos tres o cuatro pasos más antes de poder volver a subirme al coche. El segundo ruido que escuché había arrancado una porción de la cabeza del presidente y él se había desplomado notablemente hacia su izquierda. La señora Kennedy había saltado del asiento para alcanzar algo cuando notó que yo trataba de subir. Se giró hacia mí, la agarré y la puse en el asiento trasero. Me coloqué en la parte superior del asiento y me quedé allí».
Según se supo más tarde, Jacqueline reptaba sobre el maletero del vehículo en un intento de atrapar un fragmento del cráneo del presidente. Hill recibió la medalla al valor por interponer su cuerpo entre la primera dama y el lugar de donde supuestamente habían procedido los disparos. Desconocía si el tirador había planeado asesinarla a ella también. «Nunca pensé que me podrían matar o que no volvería a ver a mis hijos. No pensé en eso en absoluto. Mi objetivo era llegar al asiento para formar una cubierta (con su cuerpo) y que no pudiera haber más daños», declaró el escolta en 'Vanity Fair'.
Pero, de alguna manera, las balas le alcanzaron. En 1975 confesó en el programa '60 minutos' su «arrepentimiento» por no haber podido impedir el magnicidio. «Mi trabajo era protegerlos y no fui capaz de hacerlo. Si hubiera sido un poco más rápido podría haber podido prevenir la herida fatal del presidente». Su vida se transformó en un infierno, azotado por noches de terror en las que recordaba a Jacqueline Kennedy «saliendo del asiento trasero, sus ojos aterrorizados mirándome pero sin verme, como si yo no estuviera allí», y sus gritos cuando los médicos sacaron el cadáver de JFK: «Jack, Jack, ¿qué te han hecho?». Otra imagen que, según admitió en 2021, nunca ha logrado dejar atrás es la del presidente ya muerto en el asiento del coche. «La parte derecha de su cabeza había desaparecido. Estaba desparramada en el asiento trasero. Vi que sus ojos permanecían fijos. La señora Kennedy estaba completamente cubierta de sangre. Había tanta sangre que no podías decir si el presidente tenía otras heridas o no».
Hill siguió al servicio de Jacqueline, luego del presidente Lyndon B. Johnson y posteriormente pasó a un cargo destacado en el equipo de protección del Despacho Oval durante el mandato de Nixon. En 1975 se retiró envuelto en una espiral de autodestrucción. Alcohol, depresión, pesadillas. Se encerró en sí mismo. Tardó años en hablar del magnicidio. «No estuve tan cerca de mis dos hijos como debería haber estado. Crecieron prácticamente sin un padre; su madre los crió». Le diagnosticaron estrés postraumático.
En 1982, un amigo suyo, médico, le advirtió que, de continuar por ese rumbo, le quedaban cinco años de vida. «Fue etonces cuando decidí vivir, dejar la bebida, el tabaco y hacer deporte». En 1990 culminó su proceso de «superación» cuando se atrevió a viajar a Dallas. Llegó delante del tristemente famoso almacén de libros que Oswald eligió como puesto de tirador, miró a las ventanas del sexto piso, observó la avenida y suspiró como si se hubiera liberado de una pesada carga. «Me fui sabiendo que realmente había hecho todo lo que yo podía haber hecho ese día». Hoy continúa asesorando en procedimientos de escolta a otros agentes del Servicio Secreto, que ha bautizado una calle con su nombre. Pero lo que más agradece es la dedicatoria de Jaqueline en uno de sus libros. «Por todo lo que hiciste para que esos años fueran los más felices para el presidente Kennedy y para mí».
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