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julio arrieta
Sábado, 30 de julio 2022, 21:52
Benedicto XVI convirtió en un hecho de lo más normal algo que cuando sucedió fue toda una anomalía, hasta el punto de que llegó a interpretarse como la ruptura de un tabú: la renuncia papal. El 11 de febrero de 2013 Joseph Ratzinger anunció que ... iba a dejar vacante la cátedra de San Pedro por razones de salud, fijando incluso la fecha, el 28 de febrero. «Ya no tengo fuerzas», dijo. Lo hizo ante buena parte del colegio cardenalicio y de forma tan repentina que cogió a todo el mundo con el paso cambiado.
En el tono más alejado posible al de una bomba informativa, el Papa decía que lo dejaba. Aparecieron los vaticanólogos, las consultas a los expertos en asuntos eclesiásticos e incluso a medievalistas, que desempolvaron listas de papas y antipapas, las crónicas del cisma de Avignon y hasta la leyenda de la Papisa Juana, para salpimentar el plato. Después de un primer momento de colorida confusión informativa, todo el mundo descubrió que los rectores de la Iglesia, si quieren, si no se ven en condiciones de seguir, pueden dejar su puesto sin que esto suponga un terremoto para la institución católica. Lo que pasaba es que no había sucedido en seis siglos.
De ahí que cuando, a sus 85 años, Benedicto XVI anunció que renunciaba, el lunes 11 de febrero de 2013, muchos no supieran cómo reaccionar. También contribuyó al despiste que el entonces sumo pontífice lo dijera en latín. «Para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado», dijo. En los vídeos que recogen el momento se aprecia cómo los eclesiásticos presentes tardan unos segundos en asimilar la noticia.
Porque, a diferencia de lo que está haciendo Francisco ahora, Benedicto XVI apenas había dado pistas de que estaba considerando la posibilidad de renunciar al papado por cuestiones de salud. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, aseguró que «nos ha cogido por sorpresa». A toro pasado, el diario vaticano, 'L'Osservatore Romano', desvelaba que había tomado la decisión hacía casi un año, tras el viaje a México y Cuba de marzo de 2012, pero era un secreto.
Pasado el susto, la noticia fue digerida y se recordaron los precedentes, porque, efectivamente, Benedicto XVI no era el primer Papa que dejaba su puesto a la cabeza de la Iglesia católica. Sin embargo, sigue habiendo cierta discrepancia sobre cuántos fueron exactamente los sumos pontífices que tomaron esta decisión.
Parece que el primero que renunció por propia voluntad fue Clemente I, cuyo pontificado duró del año 88 al 97, cuando el cristianismo era todavía una religión perseguida. Ya con el cristianismo reconocido como religión oficial del Imperio Romano, el Papa Silverio se vio forzado a renunciar cuando apenas llevaba un año al frente de la Iglesia, en 537, por presiones de la emperatriz Teodora, que puso en su lugar al Papa Virgilio. Más llamativo es el caso de Benedicto IX, porque fue Papa tres veces y renunció otras tantas, la última en 1045.
Pero el pontífice que suele ser recordado como precedente indudable en estos casos es Celestino V. Monje virtuoso elegido con la esperanza de que pusiera orden en una Iglesia convulsa, aguantó a duras penas del 29 de agosto al 13 de diciembre de 1294. Desbordado por la tarea, decidió retirarse del mundo, convertido en eremita.
El último Papa que renunció antes de Benedicto XVI fue el veneciano Gregorio XII, el 4 de julio de 1415. Durante el Cisma de Occidente le tocó lidiar con dos pontífices rivales, Benedicto XIII y el antipapa Juan XXIII. El concilio de Constanza decidió cortar por lo sano y echar a los tres, pero solo él aceptó la decisión de buen grado.
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