Es muy posible que China haya creado el Estado autoritario perfecto. A nivel doméstico, opera sin provocar una sensación de opresión en la ciudadanía, pero también sin dejar resquicio alguno a la disidencia. En temas sociales y económicos, es suficientemente flexible como para adaptar sus ... políticas a las exigencias de la población, pero los 1.400 millones de chinos tienen perfectamente claras cuáles son las líneas rojas que no deben cruzar en política. Por otro lado, desarrolla tecnologías y una capacidad industrial sin parangón para incrementar el bienestar de sus súbditos, pero también para controlar hasta el último de sus movimientos. Y, sobre todo, es especialmente eficaz en su equiparación de Estado, Gobierno y Partido Comunista, que son elementos indisociables que pueden utilizarse como sinónimos. Criticar a uno es atacar al resto.
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A nivel internacional, el peso económico es clave para callar bocas. Aquellas exigencias occidentales de avances en materia de Derechos Humanos son algo del pasado, de cuando China necesitaba al mundo más que el mundo a China. Ahora a Pekín no se le tose. Se puede arremeter contra Irán, contra Corea del Norte e incluso contra Rusia, pero no contra el gobierno que controla la mayoría de lo que consumimos. Quienes vaticinaron que el Partido Comunista colapsaría se equivocaron; y se equivocan quienes prevén que eso suceda a medio plazo.
Estos días, China ha celebrado su principal cita política, y Hong Kong ha presentado en sociedad el borrador de la Ley de Seguridad Nacional que acabó con las mayores protestas contra el gobierno central. Por eso, hoy nos acercamos a la realidad de la dictadura perfecta.
China reafirma su camino hacia la opacidad.
Hong Kong ha muerto. ¡Viva Hong Kong!
¿Atacará China a Taiwán?
China celebra mi cumpleaños arrancando la principal cita política del país: el 'lianghui', las reuniones de la Conferencia Consultiva Política y de la Asamblea Popular Nacional. Son los acontecimientos en los que se hace un repaso de lo acontecido durante el pasado año y se delinea el rumbo para el siguiente. Hay dos datos que en Occidente siempre se esperan con especial interés: el objetivo de crecimiento económico y el presupuesto de Defensa.
Para 2024, el primero es una copia del establecido para 2023: la segunda potencia económica se propone crecer 'en torno al 5%'. El segundo, como sucede ya desde hace bastantes años, crece por encima del anterior: la segunda potencia militar incrementará el gasto militar un 7,2%, hasta dejarlo en 222.000 millones de dólares, el doble que en 2015. Aunque está todavía muy lejos de los recursos que destina Estados Unidos, se va acercando poco a poco.
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Y ese creciente poderío se nota. Sobre todo en las aguas del Mar del Sur de China, donde los encontronazos se multiplican. Los más graves de los últimos tiempos han enfrentado a patrulleras chinas con buques filipinos, y también crece la tensión con el resto de países que disputan las aguas territoriales que Pekín se arroga dentro de la línea de nueve trazos con la que delimita su territorio marítimo.
En cualquier caso, esto no resulta especialmente sorprendente. Al fin y al cabo, China avanza en su camino para sustituir a Estados Unidos como hegemón global. Más curioso es que el nuevo primer ministro, Li Qiang, haya dado un paso más hacia la opacidad total del país. Y un paso totalmente innecesario: ha eliminado la única rueda de prensa que daba alguien de su cargo. Era un acontecimiento anual que se celebraba tras la reunión parlamentaria y, aunque las preguntas estaban aprobadas de antemano, era la única oportunidad que la prensa tenía de interpelar a la cúpula política.
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A partir de ahora, ni siquiera existirá ese momento. Se va cimentando así el peligroso giro de autoritarismo a autocracia, en el que China queda en manos de una sola persona: el presidente Xi Jinping, que eliminó el límite legal a su mandato y está ya en el tercero. Quizá ahí resida el principal peligro al que se enfrenta la invencible dictadura china, esa que impuso un máximo de dos mandatos a sus presidentes para evitar que se repitiese la locura con la que Mao Zedong llevó al país a la ruina. Si cae el Partido Comunista, no será por lo que se pueda hacer desde fuera de China.
Hace cinco años, los corresponsales extranjeros en China asistimos atónitos a la mayor afrenta contra el Partido Comunista desde 1989. Una propuesta para modificar la legislación en materia de extradición provocó las mayores manifestaciones de la excolonia británica, el único lugar del país en el que protestar contra el Gobierno era legal. ERA.
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El descontento pronto estalló en constantes batallas callejeras que duraron meses y convirtieron a la ciudad en una cámara de gas lacrimógeno. La irrupción del coronavirus a principios de 2020 fue uno de los grandes aliados del gobierno hongkonés en su lucha contra unas protestas que habían derivado en la exigencia de independencia para esta Región Administrativa Especial, parte de China pero con una amplia autonomía que garantizaba a sus ciudadanos derechos y libertades desconocidos en el resto del país. GARANTIZABA el derecho a manifestarse o la libertad de prensa, por ejemplo.
Sin embargo, nada fue más efectivo para acabar con la revuelta y provocar el exilio masivo de sus líderes que la aprobación en Pekín de la Ley de Seguridad Nacional. Redactada con la habitual falta de concreción que tanto le gusta a China, para dejar un amplio margen de arbitrariedad, criminaliza cualquier muestra de descontento contra el régimen, con penas que pueden llegar a la cadena perpetua. Así, incluso ha desaparecido la vigilia con la que se conmemoraba cada año a las víctimas de la matanza de Tiananmen.
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El fin de las manifestaciones en Hong Kong demostró que una dictadura como la China no necesita sacar los tanques a la calle para cortar de raíz cualquier muestra de descontento político. Pero hasta la semana pasada no se desveló cómo se implementará la nueva legislación en el ámbito local. El polémico Artículo 23 de la miniconstitución que rige esta ciudad de 7 millones de habitantes se leyó en su totalidad el viernes, cuando entró en un proceso de aprobación acelerado.
La nueva legislación introduce diferentes delitos que acompañan al de sedición, definido por los colonizadores británicos: traición, secesión, subversión contra el gobierno central, y robo de secretos de Estado. La insurrección y la incitación al amotinamiento de fuerzas armadas chinas están penados con cadena perpetua, mientras que el resto de delitos, entre los que se encuentra la colaboración 'con fuerzas extranjeras', acarrean penas de prisión de entre 7 y 20 años.
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El problema es el de siempre: todos los delitos están descritos de forma muy vaga, lo cual deja a las Autoridades margen para una interpretación 'ad hoc'. Incluso diputados regionales prochinos consideran que la definición de 'fuerzas externas' es demasiado amplia. Teniendo en cuenta que el sistema judicial de Hong Kong está perdiendo su independencia, lo mismo que ha sucedido con la prensa, y que el chino está supeditado siempre al juicio del Partido Comunista, el resultado es la muerte de Hong Kong como la conocíamos hasta ahora: va camino de convertirse en una ciudad china más. Hasta el punto de que muchos temen que empiecen a censurarse las redes sociales occidentales, inaccesibles en el resto del país.
Y lo más preocupante es que Pekín pretende que sus leyes sean de aplicación en todo el mundo, ya que incluyen una cláusula de extraterritorialidad. O sea, que no importa que el 'delito' se cometa fuera de las fronteras chinas, ya que puede ser perseguido de igual manera. Es un elemento que busca arremeter contra los disidentes que han huido de Hong Kong (a veces literalmente, hasta en patera), y para tratar de amedrentar al mundo entero. Aunque Estados Unidos ya ha mostrado sus dudas sobre la posibilidad de que sea aplicado, Amnistía Internacional no tiene dudas al respecto: «nadie está a salvo de ser etiquetado como una amenaza para la seguridad nacional». China se convierte así en una amenaza para la seguridad global.
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Los discursos de los políticos chinos, llenos de retórica y de alusiones a viejos poemarios, hay que leerlos entre líneas. También hay que compararlos con los de otros años para detectar cambios sustanciales. Y uno de los que más han llamado la atención este año ha sido el relativo a Taiwán, una isla que funciona de forma independiente pero que no cuenta con reconocimiento internacional porque China reclama su soberanía. Hasta ahora, los líderes comunistas siempre habían sostenido que buscan «la reunificación pacífica» de ambos territorios. Este año, sin embargo, esa opción pacífica no se ha mencionado.
Al contrario, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha afirmado que quienes apoyen la causa taiwanesa «se quemarán por jugar con fuego y probarán una fruta amarga». Tanto él como otros delegados han utilizado un lenguaje mucho más duro ante el aumento de la tensión en el estrecho que separa a la República Popular de la República a secas. Los encontronazos entre cazas y buques de guerra se han disparado, y China dejó claras sus intenciones en unas maniobras militares que simulaban un asedio de la isla.
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En teoría, Estados Unidos está obligada a asistir a Taiwán ante un hipotético ataque chino. En la práctica, eso podría detonar una Tercera Guerra Mundial. «China está mostrando que en la próxima década aumentará su poder militar hasta el punto de poder ganar una guerra si se ve obligada a combatirla», afirmó Li Mingjiang, académico especialista en Defensa, en declaraciones a Reuters. Sin duda, sus palabras las comparten muchos analistas y militares de todo el mundo.
Pero, ¿estaría China dispuesta a poner en riesgo el milagro económico y la legitimidad política que le da el bienestar logrado por hacerse con el control de Taiwán? Personalmente, creo que no. Más aún viendo las dificultades por las que Rusia está pasando en Ucrania. Una invasión por mar sería mucho más complicada que la del país eslavo, y, teniendo en cuenta que está en juego la fabricación mundial de chips, Occidente podría verse obligado a ofrecer un apoyo más explícito que el recibido por Kiev hasta ahora.
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