Alcaraz tira la puerta de Madrid

Alcaraz no solo ha nacido para jugar esta clase de partidos, es que no hay forma de pensar que puede perderlos. Alexander Zverev, campeón aquí el año pasado, era incapaz de manejar los registros de los que disfrutaba su rival. Ver a Alcaraz es saber que todo puede pasar, que puede cruzar un revés a una velocidad endiablada, que puede morder con la derecha, sorprender en la red y matar con una dejada.

Su juego es una cabriola, un alarde de superioridad que atosiga al rival y engancha al aficionado, que en los cambios de lado gritaba «¡Carlos, Carlos!», un cántico que se va a repetir mucho en España y en todas partes del mundo.

Porque Alcaraz disfrutó de una Caja Mágica entregada y a la que no decepcionó en ningún momento. Desde que le sacó una sonrisa al público al olvidarse de sacarse la protocolaria foto con Zverev antes del partido, hasta cómo sofocó un inicio pesado y sin muchos intercambios, en el que frenó el martillo del alemán. La única opción de Zverev era salir victorioso de un reparto vertiginoso de golpes, pero solo fue capaz de imponer ese estilo durante unos pocos minutos.

El germano mantuvo la igualdad cinco juegos y en el sexto Alcaraz forzó dos errores, le clavó un 'passing' y una derecha invertida. Le cayó como un mazazo a Zverev, que no se creía el nivel que tenía el chico de 19 años que tenía enfrente. Tras años y años promulgándose la existencia de la 'next gen', Alcaraz ha llegado y en menos de un año los ha devorado a todos. El trono pendiente que habrá que recoger con la marcha de los Nadal, Djokovic y Federer le pertenece.

El primer 'break' fue decisivo para que Zverev se viera fuera, no por una fatiga mental o por un desquiciamiento de los que ha tenido el alemán, descalificado hace apenas un par de meses en Acapulco, sino porque psicológicamente es muy difícil enfrentarse a alguien que no cede ni un ápice.

Desde la rotura, Alcaraz engarzó un parcial de nueve juegos a dos. El segundo set fue un visto y no visto de apenas media hora de duración. Zverev no pudo ni buscarle las cosquillas a un chico que venía de una paliza de 3 horas y 40 minutos 24 horas antes. Un chico que se tuvo que desfondar para cargarse al número uno del mundo y que un día después se midió a unos de los cañoneros del circuito, a un doble ganador en la capital y a uno de los llamados a dominar este deporte en la próxima década.

La sonrisa de Juan Carlos Ferrero, cuando Alcaraz disfrutó de sus primeros tres puntos de partido, era la sonrisa de la confianza, de la alegría del que le ha acompañado siempre. No deslució el triunfo ni las dos dobles faltas consecutivas con las que Zverev cercenó su final. Alcaraz miró a su banquillo, extendió los brazos y felicitó al alemán. Descargó la adrenalina con un «¡Vamos!» nada más dejar la raqueta y plantó un «Viva El Palmar y viva Murcia» en la cámara de televisión.

«Me lo paso genial, desde que lanzamos la moneda para elegir campo. Con el apoyo de este público es increíble», dijo Alcaraz nada más terminar el encuentro. En la grada, su padre y su madre disfrutaron de la culminación a la mejor semana de su vida, en la que se convirtió en el primer tenista en ganar a Djokovic y Nadal de forma consecutiva en un torneo de tierra batida. Este lunes será el número seis del mundo, la mejor clasificación de su carrera.