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Las delegaciones olímpicas surcaron el Sena durante la ceremonia de inauguración. E. P.
La ceremonia inaugural naufraga bajo el aguacero
París 2024

La ceremonia inaugural naufraga bajo el aguacero

Las peores previsiones se cumplieron y los atletas desfilaron en barco bajo una borrasca que deslució el inicio de los Juegos

Pío García

Enviado especial a París

Viernes, 26 de julio 2024, 22:46

Salvo que uno viva en Sevilla o en Badajoz, organizar grandes espectáculos al aire libre siempre tiene sus riesgos, aunque sea en pleno verano. Estaban los organizadores de París 2024 muy preocupados por la seguridad y al final el auténtico enemigo, el que les podía chafar la fiesta, ni tiene rostro ni envía cartas amenazantes. La capital francesa solo es la ciudad de la luz algunos días, y ayer no lo fue. Su fabulosa escenografía, sus palacios imponentes, sus puentes imperiales, no lograron resplandecer como los organizadores esperaban. Los atletas desfilaron en barcos y solo unos pocos (los cubanos, por ejemplo) tuvieron la picardía de llevarse unos paraguas. Los demás saludaban al público bajo el aguacero para disgusto de sus madres y de sus médicos, que ya estarán temblando ante la posibilidad de que un mal catarro los deje sin medallas.

Thierry Reboul, el director ejecutivo de la ceremonia, quiso hacer un espectáculo inigualable, portentoso, lo nunca visto, y en cierto modo lo consiguió. Resulta casi una heroicidad plantear un escenario abierto durante seis kilómetros, con más de 8.000 atletas navegando por un río, y actuaciones muy variadas en las orillas. Con respecto a otras ceremonias más tradicionales, los atletas perdieron protagonismo. La propia dimensión de los barcos obligó a juntar delegaciones imposibles: Canadá, la República Centroafricana y Chile viajaban en el mismo bote y todos de rojo, lo que dificultaba la distinción. Sin embargo, otros países casi sin atletas, como Bahrein o Bangladesh se permitieron el lujo de ir por su cuenta, en coquetos minibarquitos de bolsillo.

Desde el punto de vista olímpico, más allá de la lluvia inclemente, quizá este fuera el mayor inconveniente de la ceremonia. Los deportistas quedaron en ocasiones reducidos a simpáticos comparsas para que París pudiera lucir sus encantos por televisión. Aunque los asistentes aplaudieron a las delegaciones, esta era en realidad una ceremonia pensada para que millones de espectadores la vieran desde el sillón de casa. Eso quedo claro desde el principio, cuando Lady Gaga descendió por un entrada de metro simulada situada en la isla de Saint Louis, y allí en realidad no había nadie. Por las pantallas gigantes se veía a la célebre cantante, vestida a lo francés, cantando 'Mon truc en plumes', de Zizi Jeanmarie, y los espectadores de aquella zona, sin embargo, seguían viendo la escalera desnuda. Ni truc ni plumes ni Lady Gaga.

La incógnita de quién encendería el pebetero mezcló también imágenes reales y virtuales. Comenzó con gracia: el actor francomarroquí Jamel Debbouze (quizá lo recuerden en 'Amelie' o en 'Asterix') llegaba con la llama al Stade de France y se lo encontraba vacío, silencioso. Entonces aparecía Zinedine Zidane, tal vez el más aplaudido de la tarde, y le cogía la llama para iniciar un largo periplo hacia el Trocadero. El juego de imágenes era brillante, pero problemático: en la ficción lucía un sol resplandenciente y en la realidad caían chuzos de punta. Cuando el realizador de la ceremonia, XXX, dijo hace meses que si llovía aquello iba a ser una catástrofe, tenía mucha razón.

Hubo espectáculos sobresalientes, como esa recreación de la Revolución Francesa en heavy metal, pero resultaba muy difícil mantener el entusiasmo bajo el aguacero. Muchos espectadores fueron abandonando las orillas del Sena en busca de refugio, pese la profusión de paraguas y de chubasqueros coloristas. Al menos sí que pudo cantar Aya Nakamura, la estrella de música urbana nacida en Bamako (Mali), que mezcla en sus letras el francés con otras lenguas e incluso argot, para desesperación de los puristas y enojo de los ultraderechistas. Ayer compareció formidablemente arropada por 60 músicos de la guardia republicana y 36 miembros del coro de la Armada Roja. Con un minivestido dorado de Dior reinterpretó a Charles Aznavour y lo convirtió en un arrebato.

La ceremonia estuvo llena de guiños a la cultura francesa, algunos no muy fáciles de pillar para los extranjeros. El director artístico, Thomas Jolly, la había imaginado como una sucesión de cuadros temáticos. En uno de ellos jugaba con el tradicional lema revolucionario ('liberté, égalité, fraternité') para cambiar la fraternidad por la sororidad, con la mezzosoprano Axelle Saint-Cirel cantando la Marsellesa desde el tejado del Grand Palais, vestida con los colores de la bandera. Resultó chocante, pero muy certero, escuchar al pianista Alexandre Kantorow tocando bajo la lluvia 'Jeux d'eau', de Maurice Ravel. Estos han sido, al menos por ahora, los juegos del agua.

Los barcos tardaron unos cincuenta minutos en cubrir los seis kilómetros que median entre los puentes de Austerlitz y el de Iéna. En los últimos tramos, cuando cruzaban bajo el puente Alejandro III, casi no había ya saludos ni aplausos. Solo prisa por llegar. Si hubieran podido, habrían apretado el acelerador para arribar cuanto antes al Trocadero. Buena parte del público había abandonado la grada, sobre todo los que tuvieron que permanecer de pie,y los atletas, aunque algunos se esforzaban, tampoco parecían tener muchas ganas de andar saludando en cubierta.

La última delegación en partir fue, como manda la costumbre, la francesa. Al grito de 'allez les bleus', los espectadores trataron de infundir ánimos a los suyos. También recibieron grandes muestras de apoyo los atletas palestinos y los que integran el equipo de refugiados, segundos en desfilar después de los griegos, que, como marca la tradición olímpica, abrieron la marcha. Pero esta era la fiesta de los franceses y eso se notó cuando llegaron al Trocadero. Se desencadenó entonces un festival de sonido, luz y música que no dejó palo sin tocar: pincharon a Johnny Halliday, a Michel Polnareff, a Gala, a Europe. Mientras los altavoces reanudaban la 'final countdown' del grupo sueco la Torre Eiffel se vestía de Unión Europea. Hubo también su momento, como no, para el 'Imagine' de John Lennon, interpretada bellamente por Sofiane Palmart al piano y Juliette Armanet.

Quizá en televisión el show haya lucido y los espectadores, llenos de espíritu olímpico y de amor parisino, se hayan ido a la cama mareados con tanta belleza, como Stendhal cuando visitó la basílica florentina de la Santa Croce. Pero en directo, a pie de calle, la borrasca impidió cualquier disfrute, ni siquiera el estético. Cuando las cámaras conectaron con Tahití, sede de las pruebas de surf, aquello pareció un anuncio de viajes: de pronto había sol, cielo azul, luminosidad. El espectáculo dejó una sensación acre porque el esfuerzo había sido terrible y meritorio, pero sus organizadores se olvidaron de que en París, con frecuencia, llueve.

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