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Nuestras modernas reliquias: en venta los balones de los partidos de la Liga

Nuestras modernas reliquias: en venta los balones de los partidos de la Liga

Son recordatorios de episodios memorables, objetos de culto, e incluso simbólicas armas arrojadizas

Lunes, 16 de enero 2023, 13:04

Si la Liga española no es ya la primera en competitividad, espectáculo, salarios y astros que juegan en ella, sí es la única que ha decidido que los balones con los que se disputan los partidos salgan a subasta para que los aficionados puedan hacerse ... con ellos. Solo cotizan las pelotas que entran en la portería, demostrando que el gol es lo que mueve las pasiones y el fundamento de todo lo que ocurre en torno a este deporte.

En cierto sentido, la iniciativa supone la enésima confirmación de que el fútbol se ha convertido en un fabuloso negocio en que hay que sacar rentabilidad a todo: es la gallina de los huevos de oro. Pero, por otra parte, lo que verdaderamente explota la Liga -junto a su socio Goll-Ball- es el fetichismo: en todas las culturas el hombre ha deseado tener en sus manos ciertas cosas que consideraba dotadas de alguna fuerza misteriosa. Así, por ejemplo, hay guerreros tribales que cortan la cabellera al enemigo o conservan su cráneo porque están convencidos de que los hace poderosos. Por otra parte, como ocurría en tiempos prehistóricos, en muchos pueblos aún se guardan algunos objetos significativos de los difuntos que permitirían mantener una ligazón con ellos.

La religión cristiana, la judía, como mucho antes la griega o la romana, han considerado que la reliquia de tal o cual persona no solo conserva un poder taumatúrgico, sino que puede ser sagrada por sí misma. No extraña que los objetos de los futbolistas -nuestros mitos actuales- despierten tanto interés. No podemos poseer al sujeto, ni vincularnos estrechamente con el jugador, ni ser como él, pero sí tener algo suyo que le encarne simbólicamente o que atestigüe que, de alguna manera, entramos en conexión con el individuo extraordinario. Un autógrafo vale o un selfi. Pero mejor si podemos acceder a la equipación que llevó en algún partido. Borja Iglesias cuenta cómo conserva la camiseta de Messi -sudada y sucia de barro-, tal como la intercambió después de un Espanyol-Barça. Otros colegas me dicen lo mismo: no lavarían la camiseta que consiguieron de su ídolo, como si su espíritu se mantuviera en sus flujos corporales.

El objeto puede también servir de recuerdo de algún momento memorable. El futbolista que mete tres goles, se lleva el balón, convertido en trofeo. En realidad, es inverosímil que el esférico en cuestión sea el mismo con el que anotó los tres tantos, dado que a lo largo de un partido se sustituye a cada instante. Tiene más relevancia si la pelota fue -a ciencia cierta- aquella con la que se obró algún prodigio.

En los días previos al Mundial, salió a subasta el balón con el que Maradona metió su célebre gol ayudado por 'la mano de Dios' en partido contra Inglaterra en 1986. Estaba en posesión del árbitro que pitó aquel partido, el tunecino Ali Bin Nasser, quien se embolsó 2,4 millones de dólares. Unos meses antes, la camiseta que llevó el Pelusa en el mismo partido alcanzó un precio mayor: 9,3 millones. Que el comprador procediera de Oriente Medio constituye una evidencia de quiénes son los que en estos momentos tienen más dinero para comprar un pedazo de mitología. Un coleccionista argentino, Marcelo Ordas, llegó a pujar por casi siete millones con la intención de «repatriar la reliquia para compartirla con todos los argentinos». Pero a estas alturas estará expuesta en algún palacete de Arabia Saudita, que también compra reliquias vivas como Cristiano Ronaldo.

El invento de la Liga es redondo. El balón de un Elche-Girona tal vez no tenga mucha demanda, pero sí el que entre en la portería en un Betis-Sevilla, un Madrid-Barça o un Real Sociedad-Athletic, sobre todo si el gol fue determinante o una obra de arte, como el que anotó Take Kubo en el derbi vasco. Estamos lejos de la devoción futbolera que profesan los argentinos. Cuando el invento llegue allí, a alguien se le ocurrirá construir un pequeño altar para adorar el balón con el que Boca ganó a River. Por aquí servirá a propósitos más mundanos, como vacilar a tu cuñado del equipo contrario cuando le invites a casa. Porque ese balón será el símbolo no ya de un equipo o un jugador -como su camiseta-, sino de la estocada con que se batió al rival. No somos tan distintos de las tribus que reverencian las armas con las que sus antepasados vencieron a sus enemigos.

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