Bebedora impenitente, fumadora de incensario, procaz, desinhibida y bisexual, la ajedrecista Sonja Graf siempre fue una mujer osada. Huyó de la casa familiar para huir de las palizas de su padre. Desconcertaba allá donde iba al vestir ropa masculina y ganarse la vida jugando partidas ... simultáneas. Se desenvolvió con libertad y descaro en el mundo del tablero de las 64 casillas, un gremio dominado por los varones. Pese a que fue la eterna segundona, siempre por detrás de la campeona Vera Menchik, la mayor proeza de Graf fue escapar de Alemania en 1939, cuando estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, para competir en el Torneo de las Naciones de Argentina sin otra bandera que un cartel que decía «libre».
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El escritor David Torres descubrió al personaje al leer 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas', de Leontxo García, un libro que le hizo conocer la rivalidad que enfrentó a Vera Menchik y Sonja Graf. Buscó su rastro por internet y se hizo con los dos libros que publicó en Argentina en un español desmadejado: 'Así juega una mujer' y 'Yo Soy Susann', verdadero nombre de la ajedrecista. Supo entonces que estaba ante un personaje formidable y que debía escribir una novela. Esa novela se titula 'La mujer que no entendía el mundo. Pasión y sombra de Sonja Graf' (Reino de Cordelia), un relato que subyuga desde la primera página.
«Puede decirse que era una huérfana vocacional y que la única lección valiosa que le enseñó su padre fue mover las piezas en el tablero», dice Torres, a quien siempre le ha fascinado el ajedrez, entre otras cosas por lo que tiene de irrevocable. En este deporte «no vale arrepentirse, no hay manera de volver atrás y deshacer una jugada. Las cosas que hacemos se funden en la trayectoria del pasado, lo mismo que las piezas desperdigadas sobre el tablero, y los jugadores que repasan los lances de una partida buscan el lugar y el momento donde se cometió el error o la pérdida irreparable, pero ya no se puede hacer nada».
Para el novelista, al igual que en la vida, en el ajedrez se aprende a base de equivocaciones. «Pero, a diferencia de la vida, en el ajedrez no hay la más mínima intervención del azar».
En la ficción, a lo largo de una larga conversación dentro de una cafetería en California, Sonja desvela su vida y sus estrategias de juego ante Elsa, una guionista que pretende escribir una película sobre la alemana. En ese diálogo, empapado de ginebra y que se hilvana entre jirones de humo de los cigarrillos de Graf, la protagonista cuenta las humillaciones infligidas por su padre, un falsificador de obras de arte y sacerdote ortodoxo que había colgado los hábitos. Nacida en Múnich, dentro de una familia de rusos blancos, pronto sufrió el desprecio de sus progenitores. No era agraciada, no era rubia, pero sobre todo no era dócil, circunstancias que la postergaron a la cola de una prole de catorce hermanos. Así se convirtió en carne de reformatorio.
Siendo muy joven, testificó en un juicio a raíz de una denuncia por incesto del que fue víctima una amiga. El culpable fue absuelto y ella fue encarcelada por perjurio, lo que desencadenó la ira familiar. Hasta que encontró en el ajedrez su tabla de salvación.
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Marlene Dietrich y Soja Graf se parecían bastante. «A su modo ambas fueron pioneras del feminismo, mujeres libres en el sentido más amplio del término. No me costó mucho introducir a Dietrich en un capítulo de la novela ya que ella, al igual que Humphrey Bogart, José Ferrer y otras estrellas de Hollywood, era una gran aficionada al ajedrez». Para el autor de la novela, es un misterio que Sonja Graf siga siendo una gran desconocida, incluso entre los ajedrecistas profesionales.
«Los jugadores masculinos se burlaban de Sonja Graf y Vera Menchik. Muchas veces se encontraban con que esas mismas mujeres les daban una paliza en el tablero. Sonja además se rebeló contra todas las costumbres sociales de la época, escandalizaba a todo el mundo por su conducta sexual, su manera de vestir y su gusto por el tabaco y la bebida. Era algo así como la antimateria de la mujer que predicaba el nazismo: hembras obedientes consagradas al matrimonio, a la obediencia al macho y a la cría y mejora de la raza aria».
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'La mujer que no entendía el mundo' sigue la estela de la literatura que tiene como argumento el ajedrez, un tema que cultivo con maestría Borges. Tres novelas admira Torres dentro del amplio catálogo de la literatura del tablero: 'La defensa', de Vladimir Nabokov; 'Una partida de ajedrez', de Stefan Zweig; y 'La torre herida por el rayo', de Fernando Arrabal. En lo que respecta a Sonja Graf, en Argentina encontró a un buen hombre con el que compartir su vida, el marino mercante Vernon Stevenson. «Al final hizo tablas con la vida».
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