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Cormac McCarthy en una imagen de archivo RC
En exclusiva un capítulo de 'El Pasajero', la nueva novela de Cormac McCarthy
EXTRACTO INÉDITO DE SU NUEVA NOVELA

En exclusiva un capítulo de 'El Pasajero', la nueva novela de Cormac McCarthy

El próximo jueves llega a las librerías españolas una doble entrega de Cormac McCarthy. De una de ellas, 'El pasajero' (Random House), adelantamos en exclusiva el arranque de uno de sus capítulos

Cormac McCarthy

Sábado, 5 de noviembre 2022, 00:54

Estaba sentado bebiendo té caliente y arrebujado en una de las mantas de salvamento grises de la bolsa de emergencia. El mar oscuro chapaleaba a su alrededor. El barco de los guardacostas que se había detenido a un centenar de metros se bamboleaba a merced ... de las olas, las luces de navegación encendidas, y a lo lejos, unas diez millas al norte, se veían faros de camiones en la carretera elevada procedentes de Nueva Orleans en sentido este por la ruta 90 camino de Pass Christian, Biloxi, Mobile. En el reproductor de casetes sonaba el segundo concierto para violín de Mozart. La temperatura del aire era de siete grados y eran las tres y diecisiete de la mañana.El ténder estaba tumbado sobre los codos y tenía los auriculares puestos y observaba las oscuras aguas. De vez en cuando el mar parecía estallar con una suave luz sulfurosa allí donde doce metros más abajo Oiler estaba trabajando con el soplete. Western observó al ténder y sopló para enfriar el té y tomó un sorbo y contempló los faros en la carretera elevada, como un lento reptar de gotas de agua por un cable de tendido eléctrico. Un suave efecto estroboscópico a su paso por detrás de los balaústres de hormigón. Un viento que soplaba desde la punta occidental de Cat Island hizo que el mar se picara ligeramente. Olor a petróleo y el pestazo a manglares y salicornias de las islas. El ténder se incorporó y se quitó los auriculares y empezó a hurgar en la caja de las herramientas.

¿Qué tal le va?

Bien.

¿Y ahora qué quiere?

Los alicates grandes.

Enganchó unas cizallas en un mosquetón y amarró este a la cuerda elástica y observó cómo las cizallas se deslizaban hasta el agua. Miró a Western.

¿Hasta qué profundidad se puede usar acetileno?

Unos nueve o diez metros.

Y a partir de ahí, corte oxieléctrico.

Sí.

El ténder asintió con la cabeza y volvió a ponerse los auriculares.

Western se terminó el té y tiró los posos y devolvió la taza a su bolsa y luego cogió sus aletas y se las calzó. Dejó caer la manta en que estaba envuelto y se puso de pie y se subió la cremallera del traje de neopreno. Se inclinó para coger sus tanques y los levantó por las correas y se los cargó a la espalda. Ajustó las correas y se puso las gafas de buceo.

El ténder se echó los cascos hacia atrás. ¿Te importa si cambio de emisora?

Western se levantó las gafas. Es un casete.

¿Te importa que ponga otro?

No.

El ténder meneó la cabeza. Traernos aquí en helicóptero con un frío de cojones a la una de la noche. No sé a qué venía tanta prisa.

O sea que están todos muertos.

Sí.

¿Y tú cómo lo sabes?

Es de pura lógica.

Western miró hacia el guardacostas. La forma de las luces encabritada en el mar picado. Miró al ténder. ¿Pura lógica?, dijo. Vale.

Se puso los guantes. El haz blanco del reflector corrió por el agua y volvió por donde había venido y luego oscuridad. Se puso el cinto y una vez abrochado se metió el regulador en la boca y se ajustó las gafas y bajó al agua.

Penetrando poco a poco en la oscuridad rumbo al fulgor intermitente del soplete. Alcanzó el estabilizador y descendió hasta el fuselaje y giró y empezó a nadar despacio, resiguiendo con una mano enguantada la lisa superficie de aluminio. El relieve de los remaches. El soplete volvió a llamear. La forma del fuselaje como un túnel hacia la oscuridad. Dejó atrás las protuberantes góndolas donde se alojaban los motores a reacción y descendió por el costado del fuselaje hacia el charco de luz.

Oiler había cortado ya el mecanismo de cierre y la puerta estaba abierta. Tenía medio cuerpo dentro del avión y estaba en cuclillas contra el mamparo. Hizo un gesto con la cabeza y Western se detuvo en la puerta. Oiler dirigió la luz hacia el pasillo de la nave. Los pasajeros en sus asientos respectivos, los cabellos flotando. La boca abierta, todos ellos, y en los ojos ni rastro de especulación. La cesta estaba en el suelo, junto a la puerta, y Western cogió la otra linterna de buceo y se propulsó hacia el interior del avión.

Avanzó despacio por encima de los asientos, los tanques rozando el techo. Con la cara de los muertos a solo unos centímetros. Todo lo que podía flotar estaba pegado al techo. Lápices, cojines, vasos y tazas de plástico. Hojas de papel cuya tinta corrida dibujaba garabatos jeroglíficos. Claustrofobia en aumento. Giró doblándose sobre sí mismo y volvió por donde había venido.

Oiler estaba buceando con su linterna por el exterior del fuselaje. La luz formaba una corola en la cámara de aire del vidrio doble. Western siguió adelante y penetró en la cabina.

El copiloto seguía en su asiento con la correa ceñida pero el piloto se movía pegado al techo con los brazos y las piernas hacia abajo cual enorme marioneta. Iluminó el tablero de instrumentos. Las palancas gemelas de control totalmente en posición de off. Los cuantificadores eran analógicos y al producirse un cortocircuito por efecto del agua habían vuelto a posiciones neutrales. Alguien había retirado uno de los tableros de la aviónica y se veía un cuadrado vacío en la consola. A juzgar por los orificios, eran seis los tornillos que lo sujetaban y había tres clavijas colgando allí donde alguien había desconectado los cables. Western apoyó las rodillas contra el respaldo de los asientos, una en cada uno. Buen Heuer de acero inoxidable en la muñeca del copiloto. Examinó los paneles. ¿Qué faltaba? Altímetros e indicadores de velocidad vertical Kollsman. Combustible en libras. Velocidad del aire a cero. Por lo demás, aviónica Collins. Era el rack de navegación. Retrocedió para salir de la cabina. Las burbujas del regulador se ordenaron solas a lo largo del techo abovedado. Había buscado en todos los sitios posibles el sistema de visualización del piloto y casi pudo jurar que allí no estaba. Salió al exterior y buscó a Oiler. Estaba flotando encima del ala. Hizo un movimiento circular con la mano y señaló hacia arriba y aleteó hacia la superficie.

Sentados en la pequeña cubierta de la zodiac se quitaron las casetas y escupieron cada uno su regulador y se recostaron sobre los tanques respectivos para aflojar las correas. En el reproductor de casetes sonaba Creedence Clearwater. Western sacó su termo.

¿Qué hora es?, preguntó Oiler.

Las cuatro y doce.

Escupió y se limpió la nariz con el dorso de la muñeca. Alargó un brazo y giró las válvulas de las bombonas para cerrarlas. Odio este tipo de rollo, dijo.

¿El qué, los cadáveres?

Bueno, eso también. Pero no. Hablo de cosas que no tienen sentido. O a las que uno no les ve el sentido.

Ya.

Aquí no vendrá nadie más durante un par de horas. Puede que tres. ¿Qué quieres que hagamos?

¿Qué quiero que hagamos o qué creo que deberíamos hacer?

No sé. ¿Tú entiendes algo de esto?

Pues no.

Oiler se quitó los guantes y descorrió la cremallera de su bolsa de buceo y sacó el termo que llevaba dentro. Retiró la taza de plástico del recipiente, desenroscó la tapa y se sirvió café en la taza y sopló. El ténder estaba cobrando el cabo y la cesta.

Ni siquiera se ve el maldito avión. ¿Y se supone que un pescador lo descubrió? Y una mierda.

¿No crees que las luces pudieron estar un rato encendidas?

No.

Ya. Supongo que no.

Oiler se secó las manos con una toalla de su bolsa y luego sacó su tabaco y el encendedor y extrajo un cigarrillo del paquete y lo encendió y se quedó mirando el vaivén de las negras aguas. ¿Todos sentados, así sin más? ¿Qué coño es esto? Yo diría que ya estaban muertos cuando el avión se hundió.

Oiler dio una calada. Meneó la cabeza. Supongo que sí. Y no hay manchas de combustible.

Falta un panel en el tablero de instrumentos. Tampoco está

el sistema de visualización del piloto.

¿En serio?

Sabes lo que significa eso, ¿no?

Ni idea. ¿Y tú?

Extraterrestres.

Vete a tomar por saco.

Western sonrió.

¿Tú qué autonomía dirías que tiene uno de esos?

¿El JetStar?

Sí.

Rondará las dos mil millas. ¿Por qué? Porque habría que saber de dónde venía. Ya. ¿Y qué más?

Yo creo que llevan ahí abajo varios días.

Joder.

No es que estén muy bien conservados. ¿Cuánto tarda un

cadáver en subir?

No sé. Dos o tres días. Depende de la temperatura del agua.

¿Cuántos hay ahí dentro?

Siete. Más el piloto y el copiloto. En total nueve.

¿Qué quieres hacer?

Yo irme a casa y derecho al catre.

Oiler sopló en el café y tomó otro sorbo. Sí, dijo.

El ténder se apellidaba Campbell. Observó detenidamente a Western y luego miró a Oiler. Lo de ahí abajo tiene que ser un espectáculo muy desagradable, dijo. ¿Eso no os perturba?

¿Quieres bajar y así echas un vistazo?

No.

Yo te superviso. Western bajará contigo si lo necesitas.

No me tomes el pelo. No te lo tomo.

Vale. Pero que no bajo.

Ya lo sé. Pero como no has visto lo que hemos visto nosotros quizá deberías pensártelo antes de decir lo que se supone que tenemos que sentir al respecto.

Campbell miró a Western. Western inclinó las hojas de su té. Coño, Oiler. Gary no pretendía tocar las narices.

Lo siento. Lo que pasa es que no veo cómo pudo llegar ahí abajo ese avión. Y cuanto más pienso en las cosas que no encajan, más larga se hace la lista.

Estoy de acuerdo.

A lo mejor nuestro apreciado doctor Western podría aportar algo parecido a una explicación.

Western meneó la cabeza. Vuestro apreciado doctor Western está a dos velas.

Ni siquiera sé qué mierda hacemos aquí. Ya. Todo esto huele a chamusquina.

¿Y qué nos queda, dos horas para que amanezca?

Sí. Puede que hora y media.

Yo no pienso subirlos.

Yo tampoco.

Supervivientes. ¿Qué coño significa eso?

Permanecieron sentados con los rostros en la sombra del fanal. La balsa se bamboleaba a merced de las olas. Oiler alargó un brazo con el termo. ¿Quieres un poco, Gary?

No. Estoy bien.

Vamos, hombre. Está caliente.

Vale.

Yo no he visto ningún desperfecto.

Es verdad. Parecía recién salido de fábrica.

¿Quién fabrica el...? ¿Cómo habéis dicho que se llamaba, JetStar?

JetStar, sí. Lockheed.

Pues es un aparato cojonudo. ¿Cuatro reactores? ¿Qué velocidad alcanzará eso, Bobby?

Western tiró las hojas del té con una sacudida y volvió a enroscar la tapa del termo. Yo creo que seiscientas millas por hora.

No veas.

Oiler dio una última calada al cigarrillo y lo lanzó a la oscuridad de un capirotazo. Tú nunca has subido cadáveres, ¿verdad?

No. Y me figuro que probablemente, si hay algo que a ti no te gusta hacer, a mí tampoco me va a gustar.

Se suben con una cuerda y un arnés, pero antes hay que sacarlos del avión. Y los muertos parece que quieren abrazarte. Una vez sacamos cincuenta y tres fiambres de un Douglas frente a la costa de Florida y ahí dije que nunca más. Eso fue antes de ponerme a trabajar para Taylor. Llevaban allá abajo varios días y te aseguro que no apetecía que te entrara en la boca ni una gota de ese agua. Estaban hinchados y hubo que tirar de cuchillo para sacarlos de sus asientos. Y tan pronto quedaban libres empezaban a subir con los brazos para aquí y para allá. Como globos de circo.

Los de aquí no tienen pinta de ejecutivos.

Pues van de traje y corbata.

Ya lo sé. Pero no es ese tipo de traje. Los zapatos parecen europeos.

¿Sí? Ni idea. Hace diez años que no me pongo unos zapatos como Dios manda.

¿Tú qué quieres hacer?

Largarme de aquí cuanto antes. Nos conviene una buena ducha.

De acuerdo.

¿Qué hora es?

Las cuatro veintiséis.

El tiempo vuela cuando uno lo pasa bien.

Podemos darnos un manguerazo en el muelle cuando volvamos. Para limpiamos los trajes.

No va a ser fácil encontrarme, Bobby. No pienso volver por aquí.

Muy bien.

Tú crees que alguien ya ha estado ahí abajo, ¿no?

No lo sé.

Vale. Pero eso no es una respuesta. ¿Cómo entraron en el avión? Tendrían que haber usado sopletes como hemos hecho nosotros.

Quizá los dejó entrar alguien.

Oiler meneó la cabeza. Joder, Western. No sé ni por qué te digo nada. Siempre haces igual, meterme el miedo en el cuerpo. Gary, ¿quieres encender esto?

Y que lo digas.

Western devolvió el termo a su bolsa de buceo. ¿Qué más?, preguntó.

Te lo voy a decir. Yo creo que mi deseo de pasar olímpicamente de rollos que solo me pueden causar problemas es tan hondo como duradero. Fíjate que hasta diría que es casi una religión.

Gary había ido al otro extremo de la lancha. Western y Oiler levaron las dos anclas. Con un pie en el espejo de popa, tiró de la cuerda del estárter. El gran motor Johnson fueraborda arrancó al instante. Zarparon dejando una estela de burbujas y tan pronto se hubieron alejado de la boya naranja Gary dio gas a tope y surcaron las oscuras aguas rumbo a Pass Christian.

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