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Juan Arnau, astrónomo y experto en filosofías orientales, es escéptico con respecto a los postulados de la ciencia, que a su juicio soporta el lastre de la física newtoniana e incurre en enfoques escolásticos, al proponer modelos globales que a la postre pecan de cortedad de miras. «Existe el mito de que la ciencia nos salva. Creemos que la ciencia es una, lo cual es falso. Son muchas disciplinas científicas que no se ponen de acuerdo y que no dialogan entre sí. Por eso planteo que la ciencia es un gran método de propaganda que ha seducido a los estados y a la población», asegura Arnau, que acaba de publicar 'La meditación soleada' (Galaxia Gutenberg).
Según el pensador, el gran problema estriba en la práctica científica. «Esto se sabe, hay gente que hace ganancia del coronavirus. Se crean armas biológicas por un lado y, por otro, prevención de pandemias. Creo un problema y la solución». En este sentido, asevera que la pandemia de la covid «muy probablemente» se inició en un laboratorio de Wuhan (China), aunque apunta que esta cuestión es aún un tabú.
A riesgo de que lo tachen de irracionalista, Arnau argumenta que la civilización occidental ha fracasado y que no le vendrá mal despojarse del incómodo liderazgo de dirigir el planeta. «A nuestro mundo le va a venir bien que el centro del mundo se desplace a Asia, no sé si a China o Rusia. Porque la modernidad nos lleva a un suicidio colectivo, a un suicidio del alma, que a su vez nos conduce a la depresión, a la degeneración y al antropoceno».
El filósofo ve más que posible que Occidente se desplome, pero puestos a ser espectadores del desastre, lo mejor es hacerlo «con un espíritu alegre y deportivo». Aun en el peor de los escenarios, Arnau quita dramatismo al derrumbe civilizatorio: «No pasa nada, esto ocurre siempre en la naturaleza. Volveremos a empezar»
Dice el autor de la 'La meditación soleada' que los grandes problemas que va afrontar el ser humano están relacionados con la actividad científica, desde los drones y los misiles hasta la biotecnología, pasando por la inteligencia artificial, el desarrollo industrial o el cambio climático. Ante esta realidad, la ciencia vive encerrada en su torre de marfil. «Cada disciplina científica crea su propio vocabulario, y como el deseo, crea su objeto».
No cree Juan Arnau que haya que abrazar las filosofías de la India de manera acrítica, como el que se convierte a una nueva religión, pero sí apuesta por lo que llama «interfecundación» de distintas corrientes de pensamiento que ayuden a contrarrestar el individualismo anglosajón. «Las filosofías orientales pueden reajustar nuestra modernidad y nuestra tradición individualista, voluntarista y puritana»
Estudioso del budismo y conocedor de las religiones de la India, Arnau parte de la idea de que desde hace siglos la humanidad vive bajo la idea de que el universo está gobernado por leyes inmutables. El filósofo se revuelve contra esta convicción mecanicista y arguye que las personas no son autómatas que obedecen a un determinismo ciego. Para argumentar su tesis, Arnau invoca a tres pensadores que se distanciaron de las convicciones hegemónicas: William James, Henri Bergson y Alfred N. Whitehead, que defienden la libertad del hombre no como algo ilusorio, sino real.
En el libro, el filósofo argumenta que hay un «cansancio ontológico del ego», y frente a la concepción cristiana que ve la eternidad como una suerte de preservación de la identidad por un tiempo indefinido, el pensador aduce que «hay ciertos momentos en que se puede traer la eternidad al ahora», «Ni la percepción, ni la memoria, ni la intención, ni el lenguaje son cosas absolutamente individuales, sino que son fenómenos extendidos, divididos en una mente extendida».
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