Ignacio Martínez de Pisón
Ignacio Martínez de Pisón
Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) siempre se había escondido en sus novelas. Ahora emerge para hace memoria individual y colectiva en 'Ropa de casa' (Seix Barral). «Me cuento a mí mismo para contar una época y una generación», dice el autor de quince libros y ganador del Nacional de Narrativa con 'El día de mañana'. Cree que Cataluña, donde vive y se hizo escritor, «esta vacunada contra e independentismo».
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-¿Por qué contarse tras tantos libros ocultándose?
-Tras la muerte de mi madre quise contar cosas que se podrían perder. Empecé a indagar de manera natural en mis recuerdos y en algún archivo para recuperar a muertos como mi padre -fallecido cuando yo era un niño-, a mi tío José Ramón o a mis abuelos. Necesitaba hacerlos vivir con la magia de la literatura. Somos todos esos muertos que llevamos dentro y nos acompañan. Quería mostrárselos a mis dos hijos..
-Pero cuenta toda una época
-La generación de los 'boomer', la primera crecida en democracia en España y que vivió cambios determinantes. Una generación muy numerosa, universitaria, de clase media y con experiencias parecidas. Éramos casi niños al morir Franco y nos hicimos adultos con la democracia.
-Con diez años perdió a su padre, militar, de manera dramática y sin saber bien quién era.
-Fui al Archivo Militar de Segovia preocupado por posibles sorpresas. ¿Habría participado en la represión franquista?. Encontré, por fortuna, una carrera aburrida, anodina y sin sobresaltos. Podría haber estado en consejos de guerra con condenas de muerte. Averigüé que en un accidente de tráfico provocó de manera azarosa la muerte de un hombre al que auxilió, que falleció 20 días después, y de la que fue absuelto.
-Denota cierto orgullo de tener una vida corriente.
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-Sí. España tiene al fin una democracia asentada, y una de las virtudes de la democracia es el aburrimiento. 'Que el destino te haga vivir años interesantes', dice una maldición China. No quiero vivirlos. Los vivieron ya en la Revolución Francesa y en la Guerra Civil. Prefiero vivir años no interesantes como estos de la democracia.
-Logroño, Zaragoza y Barcelona son los vértices geográficos de su historia. ¿Se es de dónde se nace, de dónde se hace el bachillerato o de dónde se tiene cuenta bancaria?
-Max Aub decía que eres de donde haces el bachillerato. Yo nací en Zaragoza por decisión de mi madre, que quiso parir a sus hijos aragoneses. Me convertí en zaragozano con el regreso de la familia en el año 70. Los doce años siguientes fueron los más determinantes para mi formación como persona. Aunque llevo dos terceras partes de mi vida en Cataluña, sigo siendo una aragonés de Barcelona.
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-Llegó en 1982, vivió la Barcelona olímpica y lo más duro del 'procés'. ¿Pensó en dejar la Barcelona independentista y en llamas?
-Tuve ganas de irme cuando explotó el 'procés'. Parecía que el independentismo no pararía y seguiría creciendo. Que los no independentistas seríamos una minoría de ciudadanos de segunda si triunfaba la independencia. Pensé en irme tras más de treinta años en Barcelona. Ahora el 'procés', que fue un delirio, se ha deshinchado. Ha cumplido su ciclo vital, creo. Ha desaparecido y Cataluña está vacunada contra procesos así para dos generaciones. Nadie quiere que la convivencia, el bien máximo, vuelva a estar en entredicho, que es lo que pasó. Nadie quiere tener una mala convivencia, por eso el 'procés' está acabado. Solo una tercera parte de los catalanes quieren la independencia ahora, y de una manera platónica, como la quiere el PNV.
-'De todas las historias de la Historia la peor es la de España, porque termina mal' escribió Jaime Gil de Biedma ¿Está de acuerdo?
-No. Cuando lo dijo, el poeta veía un final provisional bastante tristón. Desde la perspectiva actual nuestra historia está acabando bastante bien. Desde el siglo XIX no parábamos matarnos en guerras civiles cada 20 o 30 años. Desde la muerte de Franco, un momento crítico, hemos convivido de manera razonable y sin tirotearnos -terrorismo aparte- y eso está muy bien.
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-La memoria es tramposa, reconoce, pero dice aceptar sus recuerdos tal como son.
-Sí. Todos encierran una parte de verdad. No he cotejado mis recuerdos con los de otros. Quería dar mi versión, no una consensuada.
-La familia ¿tiene a menudo más de infierno que el refugio?
-Tiene cosas maravillosas pero, pero también puede ser una jaula de la que quieres escapar. Pero ¿a quién recurres cuando estás de veras jodido?. Esa disyuntiva entre la jaula y el refugio está presente en todas mis libros. Dejé la jaula familiar para irme a Barcelona pero nunca renuncié a su protección.
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-¿Hacen memoria tiene más de ejercicio narcisista o de autoflagelo?
-El libro está atravesado por un sentimiento de gratitud hacia quienes hicieron que mi vida fuera feliz y me ayudaron a convertirme en el escritor que soy. Gracias a ellos he llevado una vida privilegiada.
-En su familia carlista no se hablaba de la guerra, tema de varias de sus novelas.
-Hubo muchas familias de derechas que vivieron en zonas franquistas desde el primer día y que nunca sufrieron especialmente los embates de la guerra, como tantas otras personas. Jamás se habló en mi presencia de la guerra, por la que luego tuve un interés general. Teníamos las versiones heredadas de los padres y abuelos. En el año 2000 los nietos empezamos a pensar en la guerra.
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-Su estilo está en las antípodas del Valle-Inclán a quien tiene en su altar literario.
-Era un grandísimo narrador y la trilogía carlista que mencionó la podría leer hoy cualquier chaval de 14 o 15 años con el mismo fervor que 'La isla del tesoro'. Descubrí que Valle hacía con las palabras algo mágico y totalmente distinto. Los demás escritores designaban con las palabras y Valle era capaz de crear arte y belleza con ellas. Recuerdo el momento preciso en el que tuve esa revelación en el cuarto de la casa de mi abuelo.
-Más cerca, se mira en Javier Marías, Bernardo Atxaga y Enrique Vila-Matas.
-Son mis grandes amigos y maestros literarios, cada uno a su manera. He compartido muchas cosas y viajes con ellos. Vila-Matas es cómplice de palabra y de tragos. Atxaga me enseñó que muchas veces hay que tener el coraje cívico de ser portavoz no solo de uno mismo. La relación con Marías era menos amistosa pero muy generosa. Me adoptó como un joven discípulo y me dio consejos muy valiosos.
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-¿Hay que ser bastante Narciso para ser escritor?
-Para triunfar sí. Marías lo era. Se gustaba mucho cuando aún no era el gran escritor que llegó a ser. Nada le importaba más que la literatura. No valoraba el dinero ni el poder.
-¿No se fue de Anagrama por dinero?
-Se fue porque se firmó un contrato leonino por sus derechos en el extranjero. Rompió su amistad con Jorge Herralde, que fue quien publicó mi primer libro, 'La ternura del dragón', hace 40 años.
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