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Quedan solo diez vaquitas marinas en el golfo de California (México). Diez ejemplares de 'Phocoena sinus', el cetáceo más pequeño y amenazado del mundo. Son muy pocos, pero conservan la suficiente riqueza genética como para que la especie se recupere, según un estudio que publica ... la revista 'Science'. «Genéticamente, todavía tienen la diversidad que les permitió prosperar durante cientos de miles de años hasta que llegaron las redes de enmalle», asegura Jacqueline Robinson, investigadora de la Universidad de California en San Francisco y uno de los autores de la investigación.
Los autores del nuevo estudio han llegado a esa conclusión tras analizar los genomas de 20 ejemplares a partir de muestras de tejidos tomadas desde 1985. La vaquita marina puede medir hasta 1,5 metros y pesar 50 kilos. Es un animal solitario que se alimenta de peces y calamares, y no suele verse en grupos de más de dos o tres individuos. Su hábitat son las aguas poco profundas del norte del golfo de California o mar de Cortés, limitado al oeste por la península de Baja California y al este por los estados de Sonora y Sinaloa. Según estudios genéticos anteriores, la especie surgió hace unos 2,5 millones de años y, durante los últimos 250.000, nunca ha superado los 5.000 individuos.
«En tamaños de población tan pequeños, la endogamia muy gradual entre parientes lejanos ayuda a facilitar la eliminación o purga de mutaciones recesivas dañinas sin mucho efecto negativo en la especie. Que la vaquita es ideal para recuperarse de una disminución severa de la población debido al pequeño tamaño de su población histórica puede ser algo contraintuitivo, pero tiene un amplio apoyo en la investigación genética», explica a este periódico Lorenzo Rojas-Bracho, de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas de México y coautor del estudio.
«Hay que romper con el paradigma de que las poblaciones pequeñas están condenadas a la extinción», afirma el biólogo mexicano, que lleva dos décadas volcado en salvar a la vaquita. Pone como ejemplos los zorros de las islas del canal de California, el cóndor de California y la foca elefante del norte. «En este último caso, se calcula que su población llegó a reducirse a unos 20 o 30 individuos. Con muy baja variabilidad genética, se recuperó hasta cerca de los 150.000», indica Rojas-Bracho.
Ya a principios de los años 90 «se sabía que la mortalidad incidental de las vaquitas (como consecuencia de la pesca) era insostenible». En 1997 se calculó que había unos 600 individuos, en 2015 se censaron 97 y dos años después se perdió de golpe el 67% de la población. A partir de las observaciones en la zona «supuestamente de cero pesca» del golfo de California, los científicos calcularon el año pasado que quedaban «unos siete u ocho individuos, incluyendo una o dos crías», señala Rojas-Bracho.
La gran amenaza para la vaquita marina son las redes de enmalle, artes verticales ancladas al fondo que se levantan como paredes en las que quedan atrapados peces y otros animales. En el norte del golfo de California, están prohibidas desde 2017, pero las usan los pescadores ilegales para capturar la totoaba o corvina blanca, cuya vejiga natatoria es muy demandado en China y Hong Kong por unas propiedades curativas nunca demostradas. Vaquitas, delfines, ballenas y otros animales mueren atrapados en las artes de los pescadores ilegales de totoaba, que pueden ganar en una jornada de trabajo miles de dólares.
La situación de la vaquita es consecuencia de que su conservación no se ha considerado una prioridad hasta hace poco. «Nunca pudimos contar con el apoyo de las autoridades pesqueras», lamenta Rojas-Bracho, que echa en falta un compromiso institucional para desarrollar, junto con los pescadores, artes alternativas a las redes de enmalle. «Sin artes de pesca alternativas para que los pescadores puedan llevar comida a la mesa y con el crimen organizado traficando con la vejiga natatoria de la totoaba, la situación es muy complicada», reconoce el biólogo, que, aún así, confía en la recuperación de la especie si se acaba con las muertes accidentales. «Cuando uno trabaja en la conservación, siempre tiene que tener fe. Si no, es mejor que se busque otro trabajo».
«La supervivencia de los individuos, y de la especie, está en nuestras manos. Hay una alta probabilidad de que genéticamente puedan recuperarse si los protegemos de las redes de enmalle y permitimos que la especie se recupere lo antes posible hasta alcanzar sus cifras históricas», sostiene Phillip Morin, genetista de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EEUU y coautor de la investigación.
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