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Joven con cabeza entre las piernas. Reuters
Los costes de la epidemia de soledad

Los costes de la epidemia de soledad

ODS 3 | Salud y bienestar ·

La soledad se está convirtiendo en el gran problema sanitario del siglo XXI y podría convertirse en la gran preocupación pública de las próximas décadas. Algunos países ya están creando «ministerios de la Soledad» para enfrentarse a ello.

Raquel C. Pico

Lunes, 24 de julio 2023, 07:54

El gran problema del siglo XXI será la que ya se ha empezado a llamar «la pandemia de soledad». Las personas se sienten cada vez más solas y esto es ya un serio problema sanitario. Podría ser, de hecho, la próxima gran brecha en la ... salud pública.

Algunos países ya dan la voz de alarma. En Japón, como explica en 'The Lonely Century' Noreena Hertz, los crímenes cometidos por los mayores de 65 años se han cuadriplicado en dos décadas y tanto los profesionales de prisiones como los académicos que se adentran en el tema creen que la soledad tiene mucho que ver. Las mujeres de la tercera edad que delinquen, cuenta Hertz, lo hacen para evitarla: en la cárcel no estarán solas. Menos sorprendente, pero igualmente prueba del problema, es que algunos países hayan empezado a crear organismos públicos destinados a luchar contra esto: son los «ministerio de la Soledad».

El problema es bastante global. En la Unión Europea, según los datos de 'The EU Loneliness Survey', el 13% de la población confiesa sentirse sola la mayor parte o casi todo el tiempo y un 35% al menos parte del tiempo. Aunque los porcentajes varían según en qué país se ponga el foco, ninguno queda por debajo del 9%.

Por supuesto, cuando se habla de soledad, hay que diferenciar soledades: no es exactamente lo mismo el crecimiento de hogares unipersonales —que el INE prevé que lo hagan en un 27,3% entre 2022 y 2037— como hablar de soledad «no deseada». Muchas pueden ser las razones que explican el primer dato —como, por ejemplo, los cambios en los estilos de vida o la mayor esperanza de vida de la población— y no tienen que estar necesariamente relacionados con sentirse solos y con, por tanto, un problema de salud mental.

De hecho, «la soledad no es estar solo físicamente», recuerda María Lueiro, vocal en la sección Psicología de Intervención Social del Colegio Oficial de Psicología de Galicia, sino que es algo que se siente. «Una cosa es tener una soledad buscada y otra sentir soledad. Es algo diferente», apunta la experta. No por estar acompañados se deja de estar solo. Se puede estar en el medio de un aeropuerto durante la operación salida, uno de esos momentos en los que esas infraestructuras acogen a mareas de personas, y sentirse igualmente poco acompañado. Lo que importa, para no sentir soledad, es que la compañía sea significativa, que nos haga sentirnos acompañados.

«La soledad no es estar solo físicamente»

María Lueiro

Vocal en la sección Psicología de Intervención Social del Colegio Oficial de Psicología de Galicia

Cuando falla es cuando existe el problema, uno que afecta también de forma específica a la sociedad española. El último estudio del Observatorio de la Soledad No Deseada de la Fundación ONCE 'El coste de la soledad no deseada en España' apunta que el 13,4% de la población española sufre de este mal. Quienes se encuentran en esta situación reconocen que llevan unos seis años sintiéndose así. Las mujeres se posicionan por encima de la media, con un 14,8%.

Las razones de la soledad

Pero ¿por qué se genera esa sensación de soledad no deseada? Según los datos del estudio, las principales causas son externas. Solo un 19,1%, concluyen, se pueden considerar causas de carácter interno, como la dificultad para relacionarse con los demás o la mala salud. Por el contrario, en un 79,1% se conectan con factores externos, como la falta de apoyo familiar o social, las causas laborales o el aislamiento que genera el entorno o el tener que ser cuidador de otras personas.

El contexto actual tampoco ayuda. La covid-19 ha supuesto un golpe para la salud mental general, uno que, por mucho que la pandemia parezca una historia ya lejana, cambió mucho las cosas. La crisis aumentó los vectores de estrés en una sociedad ya bastante estresada. El balance que hizo la OMS del impacto que la pandemia tuvo en la salud mental global es devastador: la prevalencia de la ansiedad y de la depresión escalaron en un 25% a nivel mundial en el primer año de la crisis sanitaria. Cuando se publicaron los datos, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, alertaba: «Es una llamada de atención para que todos los países presten más atención a la salud mental y atiendan mejor a la salud mental de sus poblaciones».

La pandemia, apunta María Lueiro, ha sido como un hito que nos ha llevado a ver la realidad desde otro punto de vista y comprender el valor de los contactos personales. «Nos hizo recapacitar sobre aquellas cosas que importan», explica. Nos paramos a pensar en lo que tiene realmente valor para cada uno de nosotros en el día a día y, quizás, nos ha hecho más conscientes del propio problema.

Al mismo tiempo, los estudios llevan años preguntándose por los efectos que tienen sobre la soledad no deseada las nuevas tecnologías. ¿Está logrando esta sociedad tan altamente digitalizada, en la que todo está disponible desde una pantalla, hacer que las personas se sientan mucho más solas? Los efectos podrían ser más graves entre los adolescentes, que también fueron un grupo especialmente golpeado por la crisis de salud mental paralela a la del coronavirus. Son ya el grupo que muestra el porcentaje más elevado de soledad no deseada (21,9%, según el estudio del Observatorio) y son, como han ido apuntando no pocas investigaciones, carne de cañón para los cambios y avances de las nuevas tecnologías, como las redes sociales.

Como explica Lueiro, el sentimiento de soledad en la adolescencia es muy antiguo: se conecta con el estar viviendo un cambio de etapa y por ello «era habitual». Con todo, el contexto en el que hay que pasar hoy día la adolescencia es diferente al que debían afrontar las personas del pasado y este nuevo entorno tiene un efecto directo sobre la salud mental. «Las nuevas tecnologías empeoran ese sentimiento de soledad» porque los contenidos digitales son vínculos «menos significativos» y «más volátiles». Las relaciones se vuelven menos estables. Esto, que afecta a todo el mundo que esté conectado a la red, tiene un efecto directo sobre esa emoción propia de la adolescencia: lleva a que el sentimiento de soledad se vuelva mayor.

El coste oculto de la soledad

Aunque el principal efecto de la soledad no deseada es sobre la salud mental, sus efectos van mucho más allá. Lueiro recuerda que tiene desde «efectos cognitivos a efectos físicos», como problemas de atención o de memoria o incluso puede llevar a que se descuide la alimentación o que se registren problemas físicos. Son daños colaterales, además, que pueden afectar a muchos rangos de edad. Ni ser joven ni ser mayor blinda contra los efectos derivados de la soledad.

La probabilidad de sufrir ciertas enfermedades es mayor si se padece además soledad no deseada, como recuerdan las conclusiones del estudio del Observatorio de la Soledad No Deseada —realizado por investigadores de las universidades de Vigo y A Coruña—. Así, la prevalencia entre la población que se siente sola del infarto de miocardio es del 6%, frente al 0,8% del resto; de la angina de pecho del 8,2%, frente al 1,2%; de la depresión, del 39,3%, frente al 6,9%; y de la ansiedad del 37,8%, frente al 7%. También aumenta la prevalencia del ictus o de la diabetes.

Y, no menos importante, la percepción que tienen las personas que se sienten solas de su estado de salud es peor que el de aquellas que no sufren de soledad no deseada. Las primeras van, por tanto, más al médico y consumen más medicamentos que las segundas.

El estudio ha intentado evidenciar esos costes no tan visibles que tiene y como impactan no solo en las personas directamente afectadas sino también en la sociedad. La investigación ha conseguido traducirlo en euros y las cantidades son abrumadoras. Los costes tangibles —aquellos conectados con el gasto que supone en términos de salud— son de 6.101,4 millones de euros al año en España. Los intangibles —que los investigadores conectan con las pérdidas de productividad derivadas y las muertes prematuras que causa la soledad— son hasta superiores: se esfuman por la pérdida de productividad 7.848,4 millones de euros anuales.

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