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Laboratorio in vitro de cepas en fase de recuperación en la bodega Familia Torres. Eva Parey
Se busca uva ancestral que resista al cambio climático
Día Mundial del Clima

Se busca uva ancestral que resista al cambio climático

Hace cuatro décadas que los viticultores Familia Torres investigan para recuperar cepas que se creían extinguidas. Hoy, se centran en hallar entre ellas las que mejor se adaptan a las altas temperaturas y la falta de agua. Así se prepara la quinta generación para un futuro más extremo

Domingo, 26 de marzo 2023, 08:10

En la página 38 del diario local 'El 3 de vuit' de Villafranca del Penedés un anuncio titulado en mayúsculas llama la atención: «DE INTERÉS PARA TODOS LOS VITICULTORES Y AFICIONADOS A LA VIÑA». Redactado en catalán, se puede leer en él un llamamiento: «A todo aquel que conozcan algún tipo de cepa que no sea de una variedad habitual y sepa dónde se encuentra o que conozca a algún viticultor que la cultive, agradecemos que nos lo comuniquen», concluye firmado por Familia Torres.

Un reclamo como este aparece cada primavera en los periódicos locales de Cataluña desde hace 40 años. Miguel A. Torres, la cuarta generación de los viticultores que firman con su apellido la marca de caldos Familia Torres, comenzó a ponerlos en los años 80 cuando decidió buscar cepas de vino que se creían extinguidas tras la plaga de filoxera que arrasó España en el siglo XIX.

Entonces, su motivación principal era recuperar el patrimonio vitícola catalán. Pero tras años de investigación, a principios del nuevo milenio, fue consciente de que su labor debía ir más allá. Hoy, el proyecto ha evolucionado y pasa por identificar variedades ancestrales de uva y además aquellas que demuestren más adaptación a las altas temperaturas y la falta de agua que ya anuncia el cambio climático.

Lo importante, claro está, es que esas cualidades no les pueden hacer perder ni una pizca de su valor enológico. A pesar de la difícil misión, seis de las 60 variedades ancestrales ya recuperadas han demostrado cumplir con los requisitos para dar, no solo buen vino, sino también esperanza para el futuro de uno de los sectores más sensibles al calentamiento global ya en curso.

El proceso para dar con estas especies requiere tanto de la tradición como de la innovación. Se siguen poniendo los anuncios y se espera la llamada de algún viticultor que haya visto alguna cepa cuya variedad no tiene identificada. Cuando se da el caso, explica Mireia Torres, directora de Innovación y Conocimiento de Familia Torres, se desplazan con los técnicos y un ampelógrafo -experto en la descripción de las variedades de la vid y en los modos de cultivarlas- para hacer un primer reconocimiento visual.

«Si no logramos identificarla, mandamos muestras a la universidad de Montpellier, donde tienen la mayor base de datos de uva, para que analicen el ADN de la planta y verifiquen si la variedad existe. Si no es así, entonces iniciamos todo el proceso de recuperación», relata Mireia Torres.

Mireia Torres, quinta generación de Familia Torres, posa en el jardín de variedades. Eva Parey

Antes de reproducir la planta hay que comprobar que esté libre de virus. Si está infectada, se sanea en el laboratorio con técnicas microscópicas y se reproduce 'in vitro'. Después se aclimata para su posterior reproducción en el vivero. De las yemas obtenidas se harán nuevas plantas o se reinjertarán directamente al campo.

Para estudiar su comportamiento, cuentan con el denominado jardín de variedades ubicado en la finca Mas Rabell del Pendès. Allí, todos los parámetros que definen el comportamiento de la planta son estudiados con detalle. Luego, la poca uva que dan se recolecta y se vinifica en la bodega para valorar su potencial enológico.

Con este procedimiento, a finales de los años 90, el padre de Mireia Torres hizo un primer vino, el Grans Muralles, con dos variedades elegidas entre las ancestrales desconocidas que había recuperado. «En los últimos años mi hermano y yo le hemos querido dar un nuevo impulso para elaborar otros vinos con variedades que no solo tienen un gran potencial enológico sino que también se adaptan al cambio climático», concreta Torres en la entrevista concedida a este diario.

«Las seis en las que centramos el trabajo son de maduración tardía y tienen la cualidad de mantener la acidez y grado alcohólico»

Principalmente, el trabajo de investigación que desarrollan está centrado en seis variedades que permiten crear vinos, valoran, «realmente únicos». ¿Pero por qué además están más preparadas para un contexto de climas extremos y qué significa realmente? Todas son de maduración tardía y, en un contexto en el que la vendimia ya se ha adelantado a los meses de verano por el sutil incremento de las temperaturas globales, esa cualidad las hace ideales para un futuro más cálido.

Esto han podido comprobarlo directamente en sus viñedos. «Por ejemplo -prosigue Torres- la forcada, que tenemos plantada en las montañas del Penedès a unos 500 metros, madura un mes más tarde que la chardonnay», con la que comparte viñedo.

«El problema con el cambio climático es que con la subida de las temperaturas y la falta de agua, la vendimia se avanza y esto puede conllevar desajustes en la maduración de los diferentes componentes de la uva y, en última instancia, puede llegar a afectar a la calidad del vino», reconoce la experta viticultora.

Jardín de variedades de cepas de variedades ancestrales cultivadas en la fina Mas Raball que la familia posee en el Penedès. Eva parey

La razón por la que maduran más tarde y son capaces de adaptarse a condiciones más duras, tal y comprueban en otra finca donde las someten a este estrés, no la saben realmente los técnicos de Familia Torres. Existe la teoría de que sean variedades que proliferaran durante el llamado Cálido Medieval, entre los siglos VIII y XIV, cuando la temperatura global aumentó, pero fueron desapareciendo porque no maduraban y los viticultores elegían otras variedades.

«La verdad es que nos sorprendió descubrir que algunas de las variedades que habíamos recuperado tenían estas características y decidimos que fueran un condicionante para someterlas a estudio para que pudieran ayudarnos a adaptarnos al cambio climático», reconoce la responsable de Innovación de Familia Torres.

Tienen la traza de que así será. Además de soportar mejor el calor, mantienen buena acidez y un grado alcohólico moderado -uno de las alteraciones que preocupa en contextos de alta temperatura-, aunque sean las últimas en ser cosechadas. En estos momentos, además del citado vino que editó su padre, tienen otros tres elaborados con variedades ancestrales: Forcada y Pirene y Clos Ancestral. En breve presentan este último blanco.

Con estos resultados, Familia Torres no solo opera en territorio catalán. Cuenta Mireia Torres que han puesto anuncios en otras regiones donde también estamos presentes como Rioja, Ribera del Duero, Rueda y Rías Baixas, pero todavía no han conseguido localizar cepas perdidas. «Es posible que en estas regiones no hubiera tanta diversidad de variedades antes de la filoxera como en Catalunya, gracias a la influencia fenicia y romana», aventura.

«No sabemos por qué estas variedades se adaptan mejor a las altas temperaturas. Pueden ser que proliferaran en el Cálido Medieval, en los siglos XIII y XIV»

La suya es una lucha que comparten otros bodegueros y viticultores. El sector del vino es uno de los más sensibles al cambio climático ya en curso y es cuestión de supervivencia. «Nosotros compartimos con otros viticultores las variedades ancestrales por las que estamos apostando y que ya han sido aprobadas por los consejos reguladores, como la forcada, la moneu, la gonfaus, etc», explica Torres.

Resulta curioso que este empeño por recuperar el pasado les haga sentirse más seguros para que su oficio perdure en el futuro. Un futuro que, tienen muy claro, que pasa por tener muy en cuenta al medioambiente.

Entre otros proyectos, sus esfuerzos en investigación están centrados en proyectos que los hagan ser más sostenibles en su actividad. Sensores para gestionar mejor el agua, cubiertas vegetales que permitan capturar CO2 atmosférico, fomentar la biodiversidad y reducir la erosión con cultivos regenerativos, probar nuevos portainjertos más resistentes a la sequía...

Para esta familia, el calentamiento global es algo serio que supone una amenaza real a una tradición vinícola familiar que ya dura cinco generaciones. «Si los peores pronósticos llegan a cumplirse, -reflexiona Mireia Torres- podría suceder que determinadas zonas registren temperaturas tan elevadas y/o sequías tan severas que dejen de ser aptas para la producción de vinos de calidad o que los rendimientos no justificaran el cultivo de la vida. Creo que todos somos muy conscientes de que la emergencia climática puede modificar de forma significativa la geografía vitivinícola tal y como la conocemos hoy».

Adaptarse, pero también colaborar

Cuenta Mireia Torres que fue tras ver la película de Al Gore 'An inconvenient truth' en 2007 cuando su padre vio «que la cosa iba en serio» y que debían actuar, no solo para adaptarse, sino para ayudar a frenar el aumento de las temperaturas. Desde 2008, tienen el programa Torres and Earth, que tiene como objetivo reducir en un 60% las emisiones de carbono por botella en todo su alcance en 2030 y convertirse en una bodega emisiones cero antes de 2040. Además, son impulsores de dos asociaciones, Internacional Wineries for Climate Action para liderar la descarbonización del sector y la Asociación de Viticultura Regenerativa, para impulsar nuevas prácticas en los viñedos que permitan a los suelos recuperar su capacidad de absorber CO2.

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